Afortunadamente hay vida más allá de la política. La preocupación, mezclada con decepción, que la ciudadanía experimenta ante la incertidumbre que le causa la falta de un gobierno del Estado, se amortigua con la alegría que supone la llegada de las fiestas a nuestros barrios o nuestros pueblos.
En los meses de verano, quienes vivimos en las islas podemos disfrutar de muchas fiestas. Solo en los 1.500 kilómetros de Gran Canaria hay convocatorias todas las semanas. Hace unos días fueron las de Santiago en Gáldar y en San Bartolomé de Tirajana, ya están aquí las de Agaete; en Telde tendremos la fiesta del Agua de Lomo Magullo, en Teror el Pino, el Charco en La Aldea, la Virgen del Socorro en Tejeda, la de las Marías en Guía, San Roque en Moya, la vará del pescao y la traída del agua y el gofio en Agüimes… solo por citar algunas.
Recientemente se celebraron en muchos pueblos costeros de nuestra isla las fiestas del Carmen. Este año me tocó el honor de ser el pregonero en las de La Isleta, donde se vive de forma muy especial la celebración a la patrona de los marineros. Fue una oportunidad para poner en valor la historia del popular barrio de la capital grancanaria y la importancia de sus fiestas.
Algunas de las reflexiones que tuve la oportunidad de hacer con motivo del pregón valen para referirnos a muchas de las celebraciones que se viven en verano. Porque, como decía ante los isleteros, en las fiestas que necesariamente celebramos juntos, aprendemos y asumimos compromisos para avanzar unidos hacia la defensa de una manera de vivir. Durante estos días todos parecemos mejores, nos enfadamos menos, compartimos más, olvidamos pronto, perdonamos y abrimos nuestras casas para tantos vecinos, amigos y familiares que no entran con frecuencia. Pero esta forma solidaria, abierta, sencilla, libre y sana de compartir no debe quedarse en las semanas de la fiesta. Nos conviene que sea nuestra forma habitual de compartir.
Cuando llegan las fiestas, la gente toma las calles: aquí un asadero, allí una escala en hi-fi, abajo una partida de dominó, más allá una animada tertulia de amigos reencontrados, en algún garaje una parranda, aleteando en lo alto banderolas que unen unas casas con las de enfrente y otra con otra y así casi todas. En La Isleta alfombras de serrín, sal, goma de coche triturada cubriendo el asfalto, alguna carrera de sacos para la chiquillería; en Agaete desde las fachadas de las casas engalanadas ven pasar a la gente bailando con las ramas al ritmo de la banda del pueblo… En todas las fiestas se repiten elementos como las turroneras y también los ventorrillos en los que el olor a calamar seco se impone sobre todos los demás y voladores, muchos voladores, que recuerdan que estamos de celebración.
La fiesta es y ha sido siempre, a lo largo de la historia, la gran oportunidad de liberarnos, de superar penas y sinsabores, de alimentar esperanzas, de afianzar el sentimiento de comunidad y canariedad que nos identifica y proyecta en el mundo. La fiesta es necesariamente alegría. Cuando apostamos por el optimismo nos cuesta menos vencer las dificultades. La alegría es una actitud ante la vida, imprescindible para superar las dificultades y adversidades que nos amenazan a todos. Cuando somos positivos el mismo muro parece que se achica y podemos saltarlo con más confianza. Por el contrario, el pesimismo es una derrota anticipada. No siempre es fácil contagiarnos de ese ánimo que nos refuerza y nos revitaliza. Pero la fiesta debe ser una inyección de moral, para olvidar lo que nos paraliza y recuperar la decisión de que juntos podemos compartir las mañas que nos han servido para atajar el desánimo o la desgana. Y por eso estamos juntos, celebramos juntos.
En su libro “Las fiestas populares de Canarias”, Alberto Galván Tudela escribe que: “La fiesta es sin duda una explosión de individualismo, la espontaneidad y la ruptura de las formas convencionales de actuar. Sin embargo, una observación atenta revela la existencia de pautas de conducta, formas de expresión, de divertirse. Es decir, tras una aparente maraña, se manifiestan fenómenos recurrentes, repetitivos. Todos saben que a pesar de las sorpresas que le puedan deparar esos días, la gente se comportará de un modo esperado, podrá participar o ser espectador de determinados acontecimientos que acompañan siempre a la fiesta. Notará la presencia de las turroneras, los adornos de calles, ventanales y azoteas, la procesión de un santo patrono o el agitar unos ramos. Espera oír canciones populares canarias, parrandas, murgas o la interpretación del tajaraste, el baile del tambor, el baile de la virgen… Espera poder degustar carne de cochino o vino del país en un ventorrillo. Más aún, para aquel que es del lugar, en su fiesta todo un conjunto de acontecimientos son esperados con ansiedad y deben ser ejecutados de un modo definido.”
En verano y en invierno, las fiestas forman parte de nuestra cultura, contribuyen a construir la identidad canaria. La mejora de las comunicaciones insulares ha servido para que muchos canarios vivan también como propias las fiestas de las otras islas. En estos tiempos en los que se pretende imponer un pensamiento único y se intenta uniformizar las identidades de los pueblos, creemos en un mundo global pero diverso. Un pueblo que ignora su identidad y no conoce y valora su historia está condenado a repetir errores y a disolverse sin personalidad, ante las influencias o imposiciones externas que casi nunca son mejores que las nuestras. Los canarios hemos aprendido mucho de las culturas que han pasado por nuestras islas, pero también tenemos tradiciones y una manera de ser que mostrar a otros pueblos. Las fiestas son una oportunidad de celebrar de forma comunitaria que las islas tenemos unas señas de identidad que hemos ido conformando a lo largo de los siglos quienes nacimos aquí y quienes quisieron quedarse a vivir aquí, una oportunidad para sentirnos un país atlántico que mira al mundo con ojos solidarios.
Esa mirada solidaria es compatible con disfrutar de lo que nos distingue, de lo que hemos creado entre todos los canarios. Les decía a los vecinos de La Isleta -y el mensaje se puede trasladar a todos los hombres y mujeres de Canarias- que han estado en contacto permanente con lo nuevo, con lo extraño, con lo que llegaba a nuestro puerto, a nuestras islas y que eso también debe servir para que reconozcamos el valor de lo propio. No para encerrarnos o para despreciar lo ajeno. Al contrario, para compartir la riqueza de lo diferente, al tiempo que nos sentimos iguales e importantes. Espero que estas fiestas de verano nos sirvan para disfrutar de lo nuestro y de los nuestros. Decía al principio que hay vida más allá de la política. Y hay fiestas. El mes de agosto no acudiré a mi cita semanal con ustedes en este medio. En septiembre, en la semana de la fiesta de la patrona de Gran Canaria, unos días antes de la fiesta del Pino, nos volveremos a encontrar por aquí. Si se quedan en las islas, disfruten de nuestras manifestaciones festeras populares.
Antonio Morales Méndez