Hay personas a las que la ingenuidad (si es que la tienen) les sirve para cerrar los ojos ante la realidad de las cosas. Personas ingenuas para unas cuestiones determinadas en las que deberían actuar en consecuencia y sin ingenuidad (a veces) para otras a las que esta les conviene debido a que estarían en juego sus creencias heredadas o muy particulares.
La gente no aprende, no porque no pueda, sino porque no quiere. Quien realmente aspira a sacarle provecho a la vida, abre su mente, suelta sus miedos y absorbe nuevas ideas.
Aprender es la tarea más importante del ser humano en su amplia existencia. Cuando se publica (por diferentes medios de difusión) información confiable y con un contenido que enseña, no es para tomárselo de forma personal. Hay quien se ofende o hiere cuando se encuentra con una instrucción, que puede ser muy valiosa y útil, por el mero hecho de atentar (hay quien lo piensa así) contra su “ingenuidad”, la cual, más bien, es una ceguera que da mucha comodidad; y es que el necio duerme muy plácidamente entre los algodones de la ignorancia.
En definitiva, hay gente a la que no le apetece aprender y crecer como ser humano. Personas que viven confinadas a quejarse del mundo (ingenuidad convenida y confortable), pero que no hacen absolutamente nada por cambiarlo (o cambiarse). Y es que no se puede pisar en ciego. Es imposible tomar un camino sin que medie una guía o un manual de instrucciones.
Cuando se sabe lo que se tiene que hacer y no se cumple con ello, se estará cometiendo el mismo “pecado” (por omisión) que al hacer algo (por comisión) que produzca daño o destrucción. No hay que engañarse, hay cosas que se ven a leguas (incluso la mezquindad y manipulación de la gente), y si no se aplica lo que se aprende para “reparar” (por supuesta ingenuidad), nada se podrá cambiar, todo seguirá su rumbo incierto y el tiempo servirá de único juez.
Nadie está en la obligación de tomar la enseñanza, ni siquiera a reflexionar sobre ella, pero tampoco a no permitir que en otros el desconocimiento gane terreno. Por eso, si una labor en este mundo puede servir para algo, es la de enseñar y, por supuesto, la de no dejar de aprender.
No seamos ingenuos, abramos los ojos, no nos engañemos y así evitaremos aprender de la forma más agria y sufrida a consecuencia de no haber querido ver la realidad, ni saber cómo transformarla para no llegar al lamento por aquello que no se quiso aprender (que se dijo, se leyó o se escuchó) en su debido momento.
David Valentín Torres
Escritor de psicología y filosofía