Ahora… que andamos con una iniciativa (ILP) para una Ley de protección del árbol urbano, y que como “Iniciativa Legislativa Popular” ya admitida a trámite en el Parlamento de Canarias, requiere el respaldo de 15.000 firmas acreditadas para iniciar su tramitación en la cámara legislativa autonómica y que será “un hermoso y necesario precedente” que como ley Canaria, obligue a regirse por la misma a todos los municipios de la comunidad.
Para proteger y multiplicar los espacios verdes de nuestras ciudades consagrada en los ámbitos internacional y de la Unión Europea, asumiendo como urgente necesidad la protección del arbolado urbano existente en las islas, así como la puesta en práctica de medidas que aseguren su fomento y mejora.
Árboles… tal y como se especifica en la “exposición de motivos” de la iniciativa legislativa:
…Mejoran el ambiente urbano mejorando y purificando el aire y el oxígeno, capturando el C02, manteniendo la humedad y atmosférica, actuando como filtro… y todo lo que es y son los árboles a los que no respetamos como se merecen.
Pues por circunstancias y motivación, me tocó ser miembro de la “promotora” de la Iniciativa Legislativa Popular para la “ley Canaria de protección del arbolado urbano”.
En los últimos años, he tenido de nuevo la oportunidad de recorrer nuestras cumbres y barrancos de esta hermosa Gran Canaria… algunas veces solo (cuestión que no es prudente ni recomendable y que por ello me junté con gentes que compartimos ese mismo proceder) con amigos … y con grupos de senderistas que me han guiado de nuevo y otras veces por otros parajes que no conocía: mi obligado fin de semana en cuanto otras labores me dejen lugar y modo. Y les aseguro que es toda una aventura compartir con estas gentes nuestras cumbres, costas y barrancos de Gran Canaria.
Ni sé ni cuantas fotografía he tomado, otras los compañeros y compañeras del sendero nos brindan de nuestros árboles que son un patrimonio sin precedentes.
…en cuanto a lo más recientito…
…y haciendo memoria:
Recuerdo, y parto de aquí para volver atrás en mis memorias arbóreas a la casa de mis padres en el Pinar del Hierro… y en concreto en aquella casa majestuosa; que partiendo de una estructura de un módulo de piedra ancha, y un alto con escalera exterior (dio cobijo a la primera escuela), arriba las habitaciones donde se dormía… con suelo y techos de tea. Suelos en láminas y techos de ristas y ramas, junto a astillas y cuñas, mantenidos por vigas de pino, alguna de ellas tal cual el árbol cortado. Ventanales de tea, a los que le añadían luego (por fuera) cristales de pequeños cristales y que se subían a mano colocando una cuña para que no cayeran. Mencionar por nostalgia ese poyo interior a la ventana donde nos sentábamos para ver llover, o pasar a la gente… las pocas veces que de niños atinábamos a sentarnos. Poyo de las ventanas, que suelen ser los primeros en caer con la manía del progreso, que sustituye la madera (costosa y trabajosa de mantener: pero sin duda la más hermosa) …en la planta de abajo, con gatera -acceso de la misina y coetáneos felinos- en la majestuosa puerta de tea con llave que supera los dos bolsillos para guardarla… debajo es la bodega, o el almacén; que en un principio pudo ser hasta establo… aún de bosta quedan las paredes marcadas, y la ventana que es “postigo” que va de lo estrecho a lo amplio, haciendo el túnel que recorre, de amplificador del sol y atenuante del frío, cosas de viejos que algunos han mantenido.
Los fechillos todos eran pura inspiración: me recordaban mis primeras lecturas sobre los ornamentos de los “tartessos”.
En el añadido, un patio; que le robó parte del huerto de la casa para dar entrada a lo que llamé la L de la casa; donde un poco más moderna, se alzaba con entrada desde el patio, tres salones: uno para la sala o estar, el del centro a modo de comedor y el más alejado de la estructura primaria: la cocina con “cocina de leña”. Tan maravillosa que aún me veo llevando las piñas del gran pino, para que se calentara y animar a mi hermana a conjugar un nuevo “biscochón”, que luego le llamaban y que “queque”.
La descripción es por situarme en la memoria de aquel lugar encantado que sin llegar a la decena de años en este mundo, me resultaba tan mágico como el primero de los árboles de mi espectro arbóreo, que aquella finca, para nosotros es “el sitio” (lo de finca en El Hierro era una reminiscencia algo pedante- y no muy grata- de poco usar).
Justo delante de la cocina ESTABA “ÉL”… “el nisperero”; no era muy grande, aunque para mí era majestuoso. Lo plantó mi abuelo Ramón, creo recordar que por encargo de mis padres, que con el previo anuncio de que retornarían en breve desde las américas, donde habían permanecido más de cuatro décadas y la mayoría de sus hijos nacieron allá… en el país donde iban los segundos contingentes de emigrantes, después de los primeros que fueron a Cuba, la Argentina y alguno llegó a Uruguay y hasta Perú.
Es decir: Venezuela.
…y es que precisamente el Abuelo anduvo antes por esos primeros lugares (por medio un destierro)… Cuando la aspiración de todo Canario era hacer las américas para salir de lo que consideraban miserias, y que luego cuasi todos comprendieron que les jugaron las cartas con “toque para atrás”.
Bueno, se me estiran los recuerdos y mi memorabilia/memoria arbórea va con él, en este mi primer ejercicio de memoria tal.
Sus frutos eran extraordinariamente dulces. No recuerdo muchos, pero si su sabor (la memoria es casi imposible sin sabor que no es otra que “olor”).
Recuerdo a mi madre, a la sombra de aquel pequeño árbol, ¡pelando las papas sentada en el murito que separaba de la tierra!, y de paso nos vigilaba de cerca, en nuestro trepar por paredes cercanas y otros menesteres. Siempre con la nostalgia del que emigró y adquirió “mente extranjera”.
…y es precisamente en “el nisperero” donde empiezo con mis árboles. Alguno he mencionado en otro cantar… pero de este me viene el recuerdo, sobre todo, porque un día, cuando eso que llamaban “los progresos”, hizo que el patio abierto se “progresara” con una pared que lo separara, para “construir” en aras de; una enorme habitación/recibidor que “acabó con la vida de él” y un piso de marmolina sustituyó su enraizamiento, digamos natal. Aunque sé que fue trasplantado en origen, al final eres y perteneces donde floreces.
Lo dicho: la memoria es la memoria, pero no podemos dejar que nuestros árboles, ni en los campos ni las ciudades pasen a la memoria; sencillamente, porque es muy probable que no quedaran muchos para recordarlos. Sin ellos, no es que la vida sea más triste, posiblemente como tal, la vida no exista.
Por “mi” nisperero, cuando volví a la casa, tremenda patada le propiné a la pared que lo desplazó… nadie preguntó, pero si sabían el porqué de mi acción frustrante ¡¡pero reivindicativa!!.
Lo dicho: al árbol…
Rgh – mi memoria arbórea.
Ramón Francisco González Hernández – Rgh