En los últimos tiempos, y especialmente desde que se inició la campaña electoral en Madrid, vivimos una escalada de tensiones cuyo único precedente, en nuestra joven democracia, se remontan a los meses previos al 23-F. Insultos, amenazas y actitudes fascistas se empiezan a normalizar, en nuestro país, para asombro de toda Europa.
Estimado lector, a riesgo de que usted pueda interpretar esto como una exageración, no lo es. No me caracterizo por hacer soflamas lingüísticas en mis artículos. La democracia española, aquello que nuestros abuelos soñaron, nuestros padres se afanaron en construir y nosotros tenemos la obligación de cuidar, está en grave peligro.
Lo ocurrido la pasada semana en los estudios de la Cadena Ser es de una gravedad inquietante. Ya esto no va de unas elecciones autonómicas. Ni de si se invierte en sanidad y educación, o se suben o bajan los impuestos. Esto va de democracia. Porque sin ella, no existiría todo lo anterior.
Mire, una de las grandes enseñanzas de la Historia se extrae de la Alemania de principios de la década de los 30 del siglo pasado. Por aquel entonces, los alemanes daban por seguro que, más allá de la ideología, la estructura de la democracia era lo suficientemente robusta como para que nada ni nadie pudiera echarla abajo.
“Eso nunca puede pasar”, se repetía como un mantra cargado de tanta soberbia como irresponsabilidad e ignorancia, a medida que el nazismo ganaba escaños desde los comicios de 1930. La democracia se evaporó en cuestión de años. Y los alemanes se convirtieron en los verdugos voluntarios de Hitler, bien por apoyarlo de forma cerrada, bien por mirar hacia otro lado en todo lo que hacía el partido nazi.
En España, el virus del fascismo ha mutado en una nueva variante aún más integrista. Su objetivo no es hablar con datos, es aplicar el “navajeo” político. Generar odio entre hermanos y miedo con bulos y mentiras.
Señalar al débil y construir un relato ficticio de inseguridades y pánico para que, de este modo, la gente necesite matones y no políticos. La dictadura del vil contra el demócrata, autoproclamándose salvadores de un “Estado en decadencia e inseguro” y aplicando la ley del más fuerte: el matonismo.
Como decía anteriormente, ya esto no va de unas elecciones autonómicas en Madrid. Las prioridades han cambiado completamente. Los partidos políticos democráticos deben buscar vías de unidad. De cómo se actúe tras el 4-M dependerá nuestro futuro como país.
Que los escaños de las izquierdas alcanzan para gobernar, que gobiernen. Que el PP gana sin mayoría absoluta y la izquierda deba abstenerse para que el fascismo no tenga cuotas de poder, que se haga. Pero que se haga algo, porque para salvar la democracia no se puede ser tolerante con los intolerantes.
Esta reflexión es válida para todos los partidos democráticos y para cualquier escalafón institucional, desde el Gobierno de España hasta el Ayuntamiento más pequeño de nuestro país. Porque el peligro de involución es tan grave como real.
Y usted, estimado lector, que como votante es la parte más importante de esta herencia que hay que salvar y que se llama democracia, da igual que sea creyente, ateo, feminista, gay, lesbiana, transexual, migrante, empresario, autónomo, liberal, conservador o progresista. Si usted es un demócrata, tiene un gravísimo problema con Vox.
Christopher Rodríguez.
Técnico en Administración de Empresas.
Escritor, autor de la novela “El Lince”. Mercurio Editorial. Año 2020.