Probablemente el olor inconfundible que desprende el paso de las páginas de un libro recién estrenado sea uno de los placeres más estimulantes que pueda percibir a través del olfato. El aire cálido, el aroma característico de la tinta y el papel, el olor a buen presagio, el sonido del paso de las páginas, el tacto suave de las hojas y la compañía de las palabras tejidas con pericia, son una fuente irrenunciable de placer que me clavan a la lectura analógica.
Toda la cultura, en cualquiera de sus disciplinas, cabe en los libros, la música, el teatro, la fotografía, el cine, las artes plásticas,… También la historia, la ciencia, la investigación, incluso la vida, las vidas de cada uno y una de nosotras.
El poder más cautivador de un libro radica en la capacidad de apropiarnos de la vida de otras personas ajenas, extrañas, desconocidas, reales o ficticias. Vidas que tomamos prestadas a través de la empatía con los personajes que protagonizan cada una de sus historias que al final, sin quererlo, terminan convirtiéndose en parte de nuestras propias vidas. No podemos permitir permanecer indiferentes a ellos y ellas, porque sería lo más parecido ser indiferentes a nosotros mismos. Tan sólo lograremos esa indiferencia cuando en nuestra mente se instale una carta de ajuste de pitido permanente sin retorno posible.
He podido cabalgar por las tierras manchegas y luchar contra molinos que tan sólo eran gigantes en la fantasía de D. Quijote. Pero también he tenido que luchar desde la realidad y la cordura contra los gigantes que no eran molinos.
Formamos parte del ADN de cada uno de los y las protagonistas de los libros, nos reconocemos en ellos y ellas porque se construyen con cachitos de cada uno de nosotros mismos y cachitos que nos resultan familiares. Actúan como espejos cuyos reflejos nos devuelven una imagen que reconocemos como propia. Reaccionando con empatía, como en el caso de Jean Valjean (Los Miserables- Víctor Hugo) que nos recuerda la importancia de los gestos, y cómo estos pueden cambiar la vida de una mujer u hombre bueno, y sobre todo la capacidad de reconstruirnos cuantas veces sea necesario por muy cernidos que sean los escombros. Estupor ante Drácula (Bram Stoker) o D. Vito Corleone en “El Padrino” (Mario Puzo). Jugar a descubrir la ternura en la vida artificial de Frankenstein (Mary Shelley) o dejarnos ganar el corazón por Momo (Michael Ende) y su inseparable tortuga Casiopea.
Gracias a Aureliano Buendía (Cien Años de Soledad- Gabriel Garía Márquez) nos podemos hacer una idea de lo que puede llegar a pesar la soledad. Saber de la valentía de Jane Eyre (Emily Brönte) que hizo saltar por los aires los estereotipos de la época, reivindicando una rebeldía hoy vigente.
La academia de Hogwarts al alcance de todos los bolsillos gracias a la pluma de la escritora J.K. Rowling. Lo bien que nos vendrían algunos de esos poderes para afrontar los retos y el devenir diario. Todo puede ocurrir cuando abres un libro, algo parecido a “cuando haces pop, no hay stop”. Puedes convertir tu ciudad en el escenario de una novela negra con Alexis Ravelo. Tornar tu lectura en una “Guerra de Almohadas” de Soledad Salim. Destripar, desde la ficción, los entresijos de la política y una banda terrorista como en “El Lince” de Christopher Rodríguez o las últimas horas de vida de una víctima de violencia machista en “Bajo las Piedras” de Sergio Mira.
Un libro, es una puerta siempre abierta. Una aventura que de manera incansable nos busca hasta que nos encuentra. Los libros eligen a sus lectores y lectoras, y sus víctimas tan sólo somos capaces de decidir cuándo y cómo. Yo de momento ando dulcemente preso de la elección de Shuggie Bain, la historia del menor de cinco hermanos que asume con valentía y amor incondicional la responsabilidad de cuidar a su madre en medio de una situación social y económica compleja ambientada a principios de los 80 en la ciudad de Glasgow. Escrita por Douglas Stuart.
Como decía “El Principito”, “eres el dueño de tu vida, tus emociones, nunca lo olvides. Para bien y para mal”. Los libros nos hacen más dueños de nuestras vidas y nuestras emociones. Para bien y para mal. El olor de sus páginas nos ayuda a recordarlo aunque al mirar el calendario no sea veintitrés de abril.
Julio Ojeda (Opinión)