- La carga vegetal crece mucho más de lo que se retira, es un problema que se agrava en Gran Canaria por el cambio climático, el gran abandono rural, la orografía y la dispersión de casas
- Para dejar de temer un gran fuego deben pasar los 40 años que restan para que se regenere el bosque de laurisilva del norte
Las Palmas de Gran Canaria, 3 de julio de 2016-. La vegetación seca que se acumula cada año es muy superior a la que se extrae desde que dejó de tener valor económico, así que “o se activa la demanda de caña y vegetación seca, o el gran incendio forestal de Gran Canaria está por venir”, ha garantizado el especialista Ferrán Dalmau-Rovira en la Jornada de Gestión de la Información en Desastres y Emergencias organizado por el Cabildo de Gran Canaria.
España acumula al año 60 millones de toneladas de vegetación seca de los que se extraen 18, de modo que cada año se incrementa en 48 toneladas el “stock” energía a la espera de una chispa para arder en cualquier momento, y Gran Canaria, uno de los lugares de Europa más complicados para ser defendido de las llamas, es una “bomba de relojería” por el gran abandono de la actividad rural, la orografía, la dispersión de casas y el cambio climático, que afecta más a los territorios insulares.
“O la vegetación vuelve a valer dinero, en forma de biomasa para los hoteles y los hospitales, o seguirá habiendo peligro”, aseguró Dalmau, quien insistió en que, ante esta situación, la responsabilidad para tratar de evitar los incendios es compartida entre las instituciones y la ciudadanía, ya que la extinción es la respuesta, pero la solución al problema es la prevención.
Dalmau-Roviera, ingeniero responsable de la entidad Medi XXI-GSA, que colabora con el Cabildo de Gran Canaria desde hace años, explicó a medios de comunicación y gabinetes de prensa institucionales y de cuerpos de seguridad que los últimos incendios de La Gomera comenzaron hace 40 años, cuando se empezó a abandonar el campo, porque ahora cuenta con 600 hectáreas fuera de cultivo listas para arder.
Además, los incendios cada vez son peores, se afrontan fuegos de una agresividad antes no vista, en los años 60 había mucho aprovechamiento rural y la masa existente apenas ardía, pero ha progresado por la acumulación hasta el punto de que los cortafuegos ayudan pero no son garantía y las temidas pavesas o brasas transportadas por el viento generan focos secundarios incluso a siete kilómetros, de modo que se convierten en auténticos monstruos que en tres días arrasan 4.000 hectáreas como el último de Valencia.
Esta virulencia forma parte de la denominada paradoja del fuego, los incendios son parte de la naturaleza, la actividad humana ya no descarga el campo de vegetación y cuanto más tarda en producirse más agresivo es. El de Valencia tenía un perímetro de 186 kilómetros, cada día de extinción cuesta 600.000 euros, así que además de preguntarse si es más barato prevenir que actuar, Dalmau se cuestionó si la sociedad está dispuesta a pagar los bomberos necesarios para cubrir semejante perímetro.
Gran Canaria está inmersa en un largo proceso para regenerar su laurisilva en el norte, donde la situación es más peligrosa por la cantidad de viviendas, y cuando se produzca esta ansiada regeneración de Doramas podrá dejar de temerse un gran incendio porque los bosques de laurisilva son húmedos y turgentes y les cuesta arder, pero para ello “hay que lograr aguatar 40 años”.
En la actualidad hay diversas acciones encaminadas a incrementar la extracción de vegetación, como las autorizaciones dadas al pastoreo en monte público, ya que el estabulado no contribuye, también es esperanzador que una docena de hoteles haya sustituido sus sistemas fósiles por biomasa, a lo que se suma la promoción del consumo de productos locales, la apuesta por devolver a la actividad miles de hectáreas, el arraigo de la población rural y políticas para el uso de energías renovables.
Pero sin la concurrencia de la ciudadanía todo ello es insuficiente para compensar la velocidad con la que se genera la vegetación de Gran Canaria, es necesario que la población se responsabilice de sus propiedades privadas, la limpie de malezas, que contribuya a frenar el cambio climático, que apueste también por las energías limpias o que opte por productos de la tierra.
Y es que, en cualquier caso, la naturaleza es imparable y sigue su curso, así que aparte de las medidas de instituciones y ciudadanía, que deben ir a más, solo queda la extracción natural, que puede optar por la oxidación lenta, la pudrición, o la rápida, que es la combustión, el gran incendio forestal.