Este fin de semana se ha convertido en la primera de las jornadas impulsadas por la Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres del Alumnado (Ceapa) de boicot a los deberes escolares que propone el profesorado al alumnado. No es un debate nuevo, el mismo se ha tratado en numerosas ocasiones, tanto por los representantes de las familias, como por algunas administraciones educativas en el marco del Estado, como en otros países de la Unión Europea. Parto del hecho de la necesidad de abrir el debate acerca de la cantidad y del modelo de tareas que trabaja nuestro alumnado en base al nivel educativo y al propio proceso de enseñanza-aprendizaje de cada alumno dentro de la atención a la diversidad.
Todo esto no supone que entendamos las tareas como una efectiva herramienta para mejorar y en los hábitos de estudio de nuestro alumnado al tiempo que se profundiza en las actitudes del mismo hacia las actitudes hacia el trabajo desde la cultura del esfuerzo en cualquier disciplina, tal y como lo observamos, por ejemplo, en el deporte. Siempre he pensado que los deberes escolares ayudan a reforzar la autonomía del niño o del joven respecto a lo asimilado en el aula desde un punto de vista cooperativo y del trabajo en equipo.
Así mismo, los que vivimos en la doble condición de profesores y padres/madres, sabemos de la idoneidad de los deberes a la hora de aprender a gestionar y compatibilizar mejor su tiempo de estudio con el de ocio. En este planteamiento no cuestionamos, en cambio, si estamos sobrecargando a nuestros chicos y chicas de actividades extraescolares, y esto no está apareciendo en el debate que plantean las familias. En cambio, si sabemos que todo ello contribuye al desarrollo y a la madurez necesarios para seguir afrontando las siguientes etapas educativas. Los docentes somos conocedores, desde nuestra autonomía profesional y código ético, del momento en que modificamos la metodología y el concepto mismo de hacer deberes, bajo el criterio de la atención a la diversidad, pero siempre de una manera constructiva.
Seguimos sin entender las razones del cuestionamiento a la labor docente por parte de las familias cuando existen cauces, espacios y tiempos para la atención a las mismas en los centros educativos desde la autonomía y organización de los mismos. No debemos considerarnos mejores o peores docentes en base a la tarea que remitimos a nuestro alumnado, los deberes siempre están conectados con los objetivos específicos de aprendizaje y suponen una cantidad razonable. En definitiva, suponen una muy acertada y eficaz estrategia para mejorar el aprendizaje del alumnado.
En ningún momento pretendemos con los deberes limitar al alumnado el tiempo de ocio compartido con sus familias y amigos, nuestro objetivo es colaborar con ellos en su proceso educativo desde una forma racional. Celebro que se abra el debate por parte de las madres y los padres, siempre hemos abogado por una enseñanza compartida entre escuela y familias donde la fluidez y el contacto entre ambos recaiga en la mejora de las condiciones de lo que estamos enseñando a nuestros alumnos y el cómo los estamos educando, es una responsabilidad compartida por la que todos apostamos.
Dicho esto, rechazo cualquier tipo de boicot o huelga en este sentido, creo que los profesores tenemos nuestra propia autonomía como la tiene cualquier profesional, nunca le plantearía al pediatra de mi hijo el numero y tiempo de administración de un tratamiento concreto. Debemos volver a depositar la confianza, perdida en muchos casos, en los maestros y profesores. Les aseguro, y aquí me dirijo a las familias, que pretendemos lo mejor para nuestros niños y jóvenes, reconocemos lo bueno que tienen los deberes para consolidar lo impartido en el aula, educarles en el aprovechamiento y en la gestión de los hábitos de trabajo, fomentando el esfuerzo de cada uno de ellos.
A modo de conclusión, considero que esta es una polémica estéril, carente de los verdaderos intereses del alumnado para lograr la mejor formación y preparación para la vida adulta. Pongámonos de acuerdo para devolver el respeto y la confianza a nuestra labor como docentes, sin que merme nuestra capacidad para saber lo que conviene a nuestros alumnos y alumnas en sus procesos de aprendizaje. En nada nos beneficia, ni a familias, ni a docentes, y mucho menos, al alumnado.