Romper con los estereotipos marcados desde hace siglos dentro de las instituciones educativas de algunos países en vías de desarrollo, no es tarea fácil cuando se tocan los conceptos básicos de tolerancia e igualdad entre los seres humanos.
Pareciera que estos valores estuviesen dirigidos a un selecto grupo de la sociedad, especialmente al tratarse de los derechos hacia las mujeres, asunto que bien ha merecido la pena establecer y después de la discriminación que cultural y penosamente han recibido.
Sin embargo, al hablarse de los derechos hacia otras personas y la implementación educativa para este objetivo, muchos padres y madres, el sector eclesiástico y varios movimientos que enarbolan la bandera del prejuicio, son los primeros en rasgarse las vestiduras.
Es insostenible que únicamente las materias de estudios que fomentan los derechos y deberes, en definitiva los valores para un mundo mejor y más incluyente, sean aceptados según para qué, cómo y quién.
Cuando se instruye sobre la sexualidad y sus diversas formas de expresión, el dogma y los prejuicios salen a relucir justificándolos con infinidad de argumentos que incitan a su desaprobación o rechazo.
Cada persona merece obtener una educación que incentive al entendimiento y al respeto hacia sus semejantes, sea hombre o mujer, de otra raza o creencia religiosa, homosexual, lesbiana o transgénero, de una ideología política u otra. No es lo que le guste o no a un determinado sector de la sociedad, es que la sociedad en general aprenda a vivir en armonía entre los individuos que la conforman.
En los países sudamericanos se están dando pasos favorables, dentro de las aulas educativas y a este respecto, pero como la lluvia que purifica el ambiente no siempre es gratamente recibida, el revuelo y la polémica está servida.
Aprender acerca de la no discriminación a una persona de raza negra, no induce a que se pueda adquirir ese preciado color en la piel. Ser instruido en música y solfeo, como tema de estudio en los colegios e institutos, tampoco implica que un niño o niña se convierta en músico.
Sentido común y apertura mental es lo que se necesita. Soltar los paradigmas retrógrados y comenzar a mirar el mundo con una visión desprejuiciada que invite a la responsable libertad de elección sobre cómo vivir sin que los determinados dogmas o grupos conservadores condicionen ni limiten a este propósito.
“Las huellas de la desigualdad, del androcentrismo, del sexismo, de la violencia de género, de las discriminaciones hacia las distintas orientaciones e identidades sexuales son múltiples y variadas y no siempre fáciles de detectar”, en ello trabaja el Instituto Canario de Igualdad en las aulas de colegios, institutos y universidades con objeto de erradicar conceptos discriminatorios y orientando hacia la igualdad entre todos los seres como dictan los Derechos Humanos.
Mal que pese a ciertas “culturas conservadoras”, los aires de cambios y de progreso seguirán su inalterable curso aunque intenten estancar el libre fluir de las refrescantes aguas que sacian la sed a través del conocimiento inclusivo.
«Un sistema educativo que concede valores como la igualdad, la tolerancia y el respeto, nunca puede ser una aberración más que en la mentalidad de aquellos que lo rechazan». – David Valentín Torres
David Valentín Torres
Escritor de psicología y filosofía