A propósito de la noticia publicada por este medio hace unos días donde el Ayuntamiento de Mogán se sitúa como la “primera institución pública” en realizar actividades formativas y laborales para personas con discapacidad mental e intelectual, en colaboración con varias fundaciones y bajo el programa “Juntos Somos Capaces”, no cabe duda de que el proyecto es taxativamente ejemplar aunque a nivel nacional falte, desde otros panoramas, un amplio camino por recorrer.
Se ha avanzado, en las últimas décadas, para que las personas con discapacidad no hallen barreras ni limitaciones en sus asuntos cotidianos, teniendo en cuenta sus estados de evidente vulnerabilidad ante una sociedad prácticamente inconsciente e indolora a este hecho.
Precisamente por desinformación y una paupérrima educación de relaciones humanas, todavía se continúan construyendo “barreras” y “limitaciones” por parte de los individuos denominados “capaces” para desenvolverse sin las dificultades que los otros encuentran.
Aquí es donde entran en juego instituciones y fundaciones solidarias para erradicarlas, pero no es suficiente cuando el común de la gente no sabe qué es una persona con discapacidad o con capacidades especiales. En general, son etiquetadas bajo la aprensión de la inferioridad e ineptitud.
En definitiva, la sociedad no conoce ni entiende realmente la indefensión, el grado de vulnerabilidad y los enormes esfuerzos vitales a los que está expuesto este sector de personas con sus diferentes padecimientos de salud.
Si se orientasen los esfuerzos a un intenso programa de información y educación, principalmente a la empatía, dichas “barreras” de cualquier tipo dejarían de erguirse por parte de una sociedad considerada “sana” o “normal”.
Aunque suene paradójico, cabe destacar que algunos países de Sudamérica cuentan con años de experiencia en este sentido. Entre sus programas sociales, se cuida minuciosamente la labor de formación, empatía e inclusión entre sus habitantes y en beneficio de las personas con discapacidades.
La educación y la cultura seguirán siendo la mayor riqueza de los pueblos cuando estén cimentadas con el valor más importante que es la convivencia como seres humanos sensibles, respetuosos y empáticos.
David Valentín Torres
Escritor de psicología y filosofía