Siempre he tenido claro que la política debe ser algo temporal, que no puede ni debe convertirse en una profesión y que hay que saber tanto cuándo llegar como cuándo marcharse. Se trata sencillamente de venir a la política con el fin de prestar un servicio a la sociedad y marcharse a casa cuando termina ese cometido.
“Hay dos formas de hacer de la política una profesión. O se vive para la política o se vive de la política”, dijo hace ya un siglo el filósofo y político-sociólogo alemán Max Weber.
En definitiva, hay personas que se hacen viejos en política. Son sus ansias de poder los que les traicionan, porque se aferran a los que en otras ocasiones les fue favorable, y no admiten que su ciclo ha concluído.
Se trata de individuos con una necesidad permanente de tener relevancia social. Una adicción que en algunos casos puede asemejarse a las personas enganchadas al juego o al sexo. Al igual que en éstas, la motivación no es tanto la recompensa sino el mantenimiento y el proceso.
El político debe saber que serlo, no es ni puede ser algo vitalicio. Un político debe empezar a contar los días que le quedan para abandonar el cargo en el mismo instante de la toma de posesión.
A veces, en las distintas facetas de lo cotidiano, hay personas se creen imprescindibles y desconocen que el tiempo pasa para todos y hace falta siempre savia nueva.
No es fácil papeleta de situarse ante el espejo y discernir si es la hora en que uno suma o resta. Es el ser o no ser de una existencia política.
Maribel Castro Melián
ASSOPRESS