En pleno siglo XXI, parece no haberse entendido y cuesta asimilar que los políticos, o cualquier gobernante, son seres humanos con sus defectos y virtudes, con sus luces y sus sombras. Esto, aun pareciendo un tópico, debería ser una premisa a reconsiderar.
Cada persona, en su labor profesional u oficio, está expuesta a equivocarse. Es evidente, que los partícipes y beneficiarios del producto ejecutado por el profesional, querrán la excelencia de lo que esperan. Pero no siempre es así, la perfección no existe, y aunque algo se lleve a cabo con esmero, profesionalidad, con los mejores resultados, habrá personas a las que no les termine de convencer y otras que buscarán “la paja en el ojo ajeno”.
Fuera de que este artículo se proponga como un debate ideológico, se debería ir un poco más allá de lo que en esencia se explica.
Ningún gobernante que haya liderado un país o estado, ha cumplido a la perfección con su servicio público, y aunque lo haya hecho lo mejor posible, habrá algún que otro “error” por el camino.
No se trata de justificar la indecencia o deshonra del líder en cuestión; si realmente ha cometido o comete actos irregulares, es necesario ser cuestionado y, si cabe, tomarse las medidas oportunas para su desistimiento como máximo responsable.
Este es un principio democrático, que tanto mandatarios como ciudadanos, deberían tener en cuenta y cumplir por simple coherencia.
Partiendo de esta premisa, siendo conscientes que la política de este país y otros se ha convertido en una constante discusión de creencias e ideologías que rasgan la farándula en los portales periodísticos, sobreviene plantear si ese es el propósito final para que una nación encuentre su estabilidad y, consecuentemente, su progreso en cultura, economía, sanidad, empleo e igualdad.
Es inconcebible que siendo el bienestar social el único y principal objetivo a conseguir de cualquier dirigente que se precie, se dé mayor importancia a presuntas nimiedades personales que se toman como “debate de estado” y de manera ponzoñosa.
Si existiesen gestiones irregulares, que se reparen. Si algo es lo suficientemente dañino para el equilibrio de una nación y su ciudadanía, merece ser subsanado. De otra forma, se estaría incurriendo en lo que está tan de moda: el morbo mediático.
Una sociedad que es gobernada quiere su estabilidad, no especialmente saber los entresijos de sus líderes y con los que se intenta desviar la atención de lo que es verdaderamente crucial para el bienestar de todos los ciudadanos.
Al margen de lo que puede verse como un simple argumento populista y demagógico, considérese que nadie es perfecto y que, en realidad, tercia llevar la atención a lo que le compete a cada uno y en su lugar.
Un estado de bienestar, un país próspero y equilibrado, una sociedad mejor y un resultado favorable para su ciudadanía se consigue a fuerza de trabajo y de hechos que así lo demuestren, no con “faranduleo político”.
En la labor de un mandatario público está cumplir con el propósito político, en los ciudadanos participar y velar para que sea cumplido.
David Valentín Torres
Escritor de psicología y filosofía