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Los aborígenes observaron el inmutable pasear del sol por las colinas entre solsticios y los marcaron, así como el punto perfecto entre ambos, los equinoccios, y también los marcaron
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Los faycanes anotaban sus observaciones en las tablillas denominadas ‘tarjas’
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Una treintena de personas disfrutó del solsticio en la Mesa de Acusa de la mano del Cabildo y sus visitas del programa ‘Yacimientos estrella’
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Lo más importante es que cada persona puede observar donde cae el sol y tener su propio marcador del solsticio de invierno
Las Palmas de Gran Canaria, 22 de diciembre 2018.- El día ha comenzado a robarle tiempo a la noche y no parará hasta el equinoccio de primavera, los aborígenes de Gran Canaria tenían marcadores para saber cuál era el momento en el que empezaba este pulso de la luz contra la oscuridad, pero lo más importante es que esta es la ocasión para que cada persona se fije en donde da la luz y tener su propio marcador del solsticio de invierno.
Incomparable como marcador es el roque Bentayga visto desde la Mesa de Acusa, un espectáculo natural que este sábado disfrutó la treintena de personas que participó en la visita organizada por el Cabildo de Gran Canaria en el marco de su programa ‘Yacimientos estrellas”, hoy dirigida por el arqueólogo David Naranjo, de Tibicenas, quien con su relato ilustró la importancia que tenían los astros en la sociedad aborigen. Y es que si algo hay invariable en la naturaleza, es su comportamiento, así que los aborígenes lo observaron, lo marcaron y lo manejaron para organizar su sociedad, su agricultura y, en definitiva, su vida.
Esta observación, que se puede realizar hoy en día, lleva al espectador a comprobar que el sol no despunta cada mañana por el mismo lugar, sino que se va trasladando poco a poco, de modo que tal día como ayer llega a su extremo más al sur, permanece en esa posición dos o tres días, y emprende el camino de regreso hacia el norte. A medio camino se produce el equinoccio de primavera, cuando el día acabará de robarle tiempo a la noche y ambos tendrán la misma duración, doce horas.
El fenómeno de luz de ese día, que también está marcado en distintos yacimientos y cada persona puede tener el suyo propio, durará una única jornada para, sin descanso, dar comienzo a la lucha contraria, la de la oscuridad ganándole terreno a la luz para llegar al extremo más al norte, donde se producirá el solsticio de verano, momento en el que el sol reiniciará el camino de vuelta al centro para volver a marcar el equinoccio, en ese caso el de verano.
Y así por los siglos y los siglos, permanece invariable este paseo de ida y vuelta del sol por colinas, crestas, horizontes o el paisaje que sea, los aborígenes observaron los extremos -los solsticios-, y marcaron el centro perfecto -los equinoccios-, y situaron marcadores de diversos tipos según el lugar, ya fuera una cazoleta sagrada o la tumba de un rey.
Pero la población prehispánica fue mucho más allá y logró introducir este calendario de estaciones en interiores, como en la cueva de Risco Caído, camino por ello de ser declarada Patrimonio de la Humanidad, o en la de Tara, en la que el Cabildo comenzará próximamente a trabajar.
Mil yacimientos y muchos secretos por descubrir
Gran Canaria es una joya arqueológica con más de mil yacimientos, muchos secretos aún por desvelar y unos descubrimientos que están llevando a reescribir su historia, subrayó el arqueólogo, quien en el borde de la espectacular Caldera de Tejeda –la mayor cuenca hidrológica de Canarias-, explicó que los escritos posteriores a la conquista recogen que esta observación los aborígenes la realizaban en unas tablillas denominadas ‘tarjas’.
Aunque en el momento en el que Naranjo realizaba este relato a los atentos asistentes ya era de día, la Mesa de Acusa o mesa del tiempo, como la denominó, aún permanecía en sombra y fría, no en vano el sol aún estaba remontando por el este los casi 2.000 metros de altitud de la isla, hasta que se hizo el silencio, solo roto por los cencerros, y el sol empezó a anunciar su llegada iluminando el Nublo hasta seguidamente acuchillar de frente con sus rayos la meseta, y con ello a llenarla de luz y el calor, un fenómeno de una fuerza que prácticamente hay que observarlo con las precauciones de un eclipse.
Maravillados por la vivencia y hasta puestos por un instante en la piel de los faycanes encargados de las observaciones, el grupo fue conducido al poblado troglodita de Acusa al tiempo que conoció de la mano del arqueólogo un sinfín de detalles, como que la primera ermita se encontraba en estas cuevas y que la iglesia que hoy se alza entre palmeras es la tercera, pues la segunda era de 1670 y quedó sumergida el siglo pasado cuando se construyó la presa, una curiosidad que ya casi nadie conoce fuera del lugar.
Aunque las imágenes y sus piedras fueron rescatadas para la nueva iglesia, el suelo y los restos de su estructura quedaron en el fondo, y no hay crónica alguna que hable de que fueran levantadas sus tumbas, así que la presunción es que permanecen igualmente sumergidas.
El poblado troglodita de Acusa lo tenía todo, no solo la cebada que ha llegado hasta estos días hasta convertirse en el cereal plantado durante más tiempo en la historia del mundo, puesto del que acaba de ser desbancada, sino también ermita, granero, lugar de enterramiento y hasta cárcel.
En cuanto a los enterramientos, en Arteara, Agaete, la Isleta y Jinámar, los aborígenes aprovechaban las coladas volcánicas y la escoria para el descanso de sus muertos, mientras que en otros lugares lo hacían en cistas o fosas.
Mala muerte o enterramientos boca abajo
Llama la atención los recientes hallazgos de enterramientos de ‘mala muerte’, es decir, castigos que consistían en enterrar a la persona boca abajo, de espaldas al cielo para que no pudiera alcanzarlo, algo que también se produjo con los holandeses de Van der Does por ser protestantes. Asimismo el arqueólogo contó que otra de las cuestiones en revisión es si el mirlado tenía como fin la conservación de los cuerpos como siempre se ha sostenido o si, por el contrario, era el cuidado que se dispensaba a los muertos por respeto.
Así, la Mesa de Acusa se convirtió en el lugar idóneo para encarar la llegada del invierno, pero quien aún quiera disfrutarlo, este domingo tendrá una nueva oportunidad porque el sol volverá a ofrecer el regalo de despuntar por el roque Bentayga a eso de las ocho de la mañana. El lunes también lo volverá a rozar ya no regresar hasta el próximo 21 de diciembre, día en el que el bien vence al mal y nacen todos los dioses.