La celebración en este año del 50 aniversario de la apertura del Templo Ecuménico de Maspalomas es una oportunidad que debemos aprovechar para reconocer el importante papel integrador y conciliador que ha desempeñado durante este tiempo como espacio de diálogo, de encuentro y de cooperación interreligiosa, social y cultural. Estoy convencido de esta repercusión positiva por la cantidad de testimonios y experiencias que conocemos y que hablan de respeto, de comunicación y de compromiso por la trascendencia, la tolerancia, la pluralidad cultural y la integración. Vivimos un tiempo donde estos valores son tan necesarios como en aquel tiempo de 1971 cuando se inauguró.
En una sociedad globalizada y un planeta lleno de contradicciones e incertidumbres como el actual, es necesario que quienes tenemos representación pública reafirmemos los valores de respeto a los Derechos Humanos y de cooperación internacional que nos permitieron alcanzar los grandes avances del Estado de Bienestar durante el siglo XX.
Pocos lugares hay en el mundo más adecuados para albergar el Templo Ecuménico que la isla de Gran Canaria y, más en concreto, Maspalomas como espacio privilegiado de San Bartolomé de Tirajana. Porque Gran Canaria es una isla abierta a quienes quieren disfrutarla y compartir sus creaciones y sus preocupaciones. Es una isla de diversidad, de convivencia, de comunicación intercultural. Muchas comunidades se han asentado entre nosotros en perfecta armonía durante décadas: palestina, hindú, marroquí, nórdica, mauritana, alemana, saharaui, británica, venezolana, coreana…
A estas señas de identidad han contribuido nuestra historia, caracterizada como encrucijada de pueblos y de travesías, nuestro clima, que ha forjado nuestro carácter isleño, nuestra relación con el mar y las culturas a las que baña. Y, desde luego, una actividad económica que ha supuesto un diálogo permanente de exportación e importación hasta la consolidación del modelo turístico que tanto nos determina en la actualidad. Y todos estos factores han construido una cultura singular que nos caracteriza como pueblo resiliente, amante de sus tradiciones y respetuoso con quienes deciden transitar su vida entre nosotros.
Venimos de una experiencia que honra a quienes la promovieron, a quienes la han mantenido viva y a quienes la hemos integrado como un patrimonio y una referencia de la isla. Mi reconocimiento a sus promotores Don Alejandro del Castillo y a Monseñor Infantes Florido. Sin duda concibieron una propuesta adelantada a su tiempo.
Y tuvieron también un enorme acierto artístico en el diseño de esta gran construcción. Las buenas formas animan y potencian los contenidos más excelentes. Se acertó con una configuración donde todas las confesiones se sintieran respetadas. Y se dio forma a una gran nave que nos agrupa en la apasionante travesía de la vida. El atrio con su monolito de hierro, las 11 toneladas de la roca del altar, las verjas diseminadas de una unidad rota o las bellas vidrieras, nos permiten compatibilizar experiencias y objetivos con la expresión artística del máximo nivel que tanto nos ayuda a comunicarnos integralmente. A todos sus creadores de entonces mi reconocimiento. A Manuel de la Peña, José Abad, Juan Antonio Giraldo…
Pero debemos mirar hacia el futuro y proyectar desde esa nave el mensaje regenerador que tan bien ha difundido durante 50 años para ganar los retos que necesitamos superar en las próximas décadas.
Me refiero, en primer lugar, a la consolidación de la convivencia y la libertad como exigencias ineludibles de una sociedad verdaderamente humana. Estamos asistiendo a episodios impensables en sociedades desarrolladas de proliferación de ataques a los valores democráticos, de exclusión de las minorías, de arremetidas racistas o xenófobas, de proliferación de noticias falsas, de destrucción del adversario social o político o de abandono de los países empobrecidos.
Y es este abandono el que está haciendo posible el fenómeno migratorio que vive en estos momentos el planeta y que estamos experimentando en estos meses en esta isla. Como ya he dicho en muchas ocasiones, la pésima gestión del Gobierno central y de Europa con la crisis migratoria que vivimos en Canarias, su intención de convertirnos en una cárcel disuasoria, en la que el mar nos convierta en un gran muro que impida llegar al continente a las personas que llegan aquí arriesgando sus vidas, está generando miedo, alarma social y avivándose de manera interesada sentimientos intolerables de xenofobia y racismo. Y también un trato inhumano para con las personas que utilizan esta ruta atlántica para huir de la pobreza, el hambre o la violencia.
Y tiene más sentido reflexionar en el aniversario de este templo acerca de las migraciones con las palabras del Papa Francisco en el sexto aniversario de su visita a Lampedusa, refiriéndose a los migrantes como “el símbolo de todos los descartados de la sociedad globalizada”: “Pienso en los ‘últimos’ que todos los días claman al Señor, pidiendo ser liberados de los males que los afligen. Son los últimos engañados, y abandonados para morir en el desierto; son los últimos torturados, maltratados y violados en los campos de detención; son los últimos que desafían las olas en un mar despiadado; son los últimos dejados en campos de una acogida que es demasiado larga para ser temporal”.
De la misma manera, nos tiene que doler la conservación y la sostenibilidad de nuestro medio ambiente. La lucha contra el cambio climático se ha convertido en una emergencia y una exigencia ética. No es posible seguir alterando las condiciones básicas de supervivencia. En el caso de los archipiélagos con más razón. Y esta alteración lleva al mundo a un escenario de desigualdades y de confrontación que no podemos admitir desde la reflexión religiosa, ética o humanista.
Vuelvo de nuevo al Papa Francisco que al presentarnos su Encíclica “Fratelli tutti” hizo llegar al mundo el mensaje de que “los signos de los tiempos muestran claramente que la fraternidad humana y el cuidado de la creación constituyen el único camino hacia el desarrollo integral y la paz”.
Para reafirmar la necesidad de recuperar la confianza en los contenidos que nos guían desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos o los más actuales de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) ha de servirnos esta conmemoración y este Templo. Deseo que con la energía que nos transmiten espacios como el Templo Ecuménico y su historia podamos integrarnos en una gran corriente de regeneración humana y medioambiental que nos permita una vida plenamente digna.
Antonio Morales Méndez
Presidente del Cabildo de Gran Canaria