Una reflexión sobre el amor y el odio; sobre cómo saber quiénes somos si vivimos a expensas de lo que quieren los demás
Hace apenas un mes, Zahara nos sorprendió con ‘MERICHANE’, el primer adelanto de su nuevo álbum. Una canción que desveló el camino que estaba dispuesta a emprender: un viaje dirigido por una franqueza descarada en donde ya no hay lugar para la metáfora. Semanas más tarde, llegó la sincera y brutal ‘canción de muerte y salvación’, un golpe de realidad emocional que nos hizo reflexionar sobre el frágil equilibrio entre la luz y la oscuridad que llevamos dentro.
Y ahora llega ‘TAYLOR’, canción que dedica a Taylor Swift, cuya música fue el impulso que necesitaba para volver a componer después de los primeros meses de cuarentena sumida en el abismo. Encontró en ella un reflejo cercano, sin importar los miles de kilómetros que las separaban o su estatus de estrella del pop. Al final eran dos mujeres peleando por ser escuchadas en una industria que siempre trató de silenciarlas.
“El confinamiento supuso una pausa que nos obligó a mirarnos de frente aún cuando queríamos apartar la vista. Nuestras carencias, nuestras necesidades se vieron expuestas, y tuvimos que convivir con ellas durante meses de aislamiento. Enfrentarnos a esa versión de lo que somos supuso una caída hacia nuestras propias profundidades.
Mi descenso fue a tal velocidad que desde aquella tristeza empantanada no veía la manera de salir. Si lo hice fue gracias a Taylor Swift, a su música, a su documental Miss Americana, a sus historias. Vi en ella la respuesta a las preguntas que me hacía y el sentirme identificada con su manera de expresarse y lidiar con los prejuicios, el machismo o sus propias inseguridades, fue la mano tendida que me sacó del fango.
Esta canción parte de ahí; de sus reflexiones que también son las mías, de la dificultad para saber qué queremos cuando nuestra felicidad consiste en que nos quiera gente que no conocemos. Cuando me faltó el amor de aquellos que siempre estaban pensé que el amor no existía. Que el amor me había fallado porque yo lo había hecho, porque yo no tenía ni idea de cómo amarme a mí misma. Ni por supuesto, a los demás. Como si, por amar, nos merecieramos la respuesta que hemos diseñado; como si, por querer de una manera, el otro tuviera que hacerlo igual; como si, para que nos quieran, tuviéramos que doblegarnos a lo que los demás exigen de nosotros. Y cuando no lo tenemos, cuando, por más que le gritemos al amor que nos quiera, este no responde de la manera que esperamos, entonces, odiamos. Odiamos al que no ha sabido amarnos, aunque seamos nosotros mismos. Sobre todo, a nosotros mismos. Y después odiamos, ingenuos, a todos los demás. Creemos que en el odio no hay dolor, como si al tragarnos el veneno se fueran a morir ellos.
Y nuestra piel, recubierta de fósforo, que es altamente inflamable, saldrá ardiendo mientras buscamos al que nos está quemando el corazón”.