En 1994, un grupo de miembros de la tribu pastún se organizó alrededor del mulá Mohamed Omar para impulsar la resistencia que frenara la corrupción y el crimen desatado en el Afganistán postsoviético. Ese mismo año se hicieron con el control de Kandahar y un año más tarde se hicieron con Herat, en la frontera con Irán. Fue exactamente un año más tarde, en 1996, cuando tomaron la capital, Kabul, poniendo fin al Gobierno del entonces presidente, Burhanuddin Rabbani, primer mandatario del Afganistán islámico postsoviético.
Desde este momento los talibanes impusieron sus estrictas normas que restringieron severamente la libertad de las mujeres: prohibieron la televisión y la música, prohibieron la escolarización de las niñas y el burka se convirtió en vestimenta obligatoria para todas las mujeres. Fue también el Afganistán talibán el que dio refugio a Osama Bin Laden mientras preparaba el atentado a las Torres Gemelas.
Por aquel entonces, los talibanes expulsaron a los señores de la guerra que habían luchado entre ellos después de la retirada soviética y se hicieron con todo el control del país. Crearon una red descentralizada de combatientes y comandos sobre el terreno, facultados para reclutar a nuevos muyahidines, financiada por el suculento negocio del opio y el tráfico de drogas, secuestros y extorsión. Sin embargo, el país sufría de una grave falta de desarrollo económico y servicios básicos para la población como la educación o la sanidad.
Tras el atentado al World Trade Center de Nueva York en 2001, el movimiento talibán se disolvió gracias a la guerra relámpago que EEUU y la coalición internacional llevaron a cabo en Afganistán. Los talibanes huyeron a refugios seguros proporcionados por el ejército pakistaní, en un momento en que los pakistaníes recibían cientos de millones de dólares en ayuda procedentes de Estados Unidos.
Desde las mismas montañas y siguiendo la misma estrategia que aplicaron contra la URSS, los talibanes prepararon una larga guerra de desgaste contra las tropas de Estados Unidos y la OTAN. Desde hace dos décadas, el movimiento talibán ha ido avanzando poco a poco, pueblo a pueblo, en una guerra de guerrillas sin cuartel.
A ello, hay que sumar que EEUU devolvió al poder a los señores de la guerra, que los talibanes habían erradicado. La CIA comenzó a detener afganos al azar, torturándolos brutalmente incluso hasta la muerte y los mercenarios de las fuerzas especiales del gobierno afgano asaltaban casas privadas y bombardearon pueblos enteros. La población poco tardó en volverse en contra de las atrocidades del imperialismo y el gobierno afgano.
Durante estos años, la estrategia de EEUU cambió, y pasó de construir un estado democrático a crear un estado lo suficientemente fuerte que evitara la toma del poder por parte de los talibanes. La profesionalización del ejército afgano fue la gran apuesta de Estados Unidos. A diferencia de las tropas internacionales, los soldados afganos comparten con la insurgencia la lengua, cultura, costumbres y conocimiento del territorio. En teoría, por lo tanto, su capacidad de combatir debería ser mayor.
Sin embargo, y a pesar de recibir una inversión de más de 88.000 millones de dólares en formación, entrenamiento y armamento de última generación en estos veinte años, el ejército afgano nunca cortó su cordón umbilical con la logística, el apoyo aéreo y la recopilación de información de Estados Unidos.
La progresiva retirada de las tropas de EEUU de Afganistán, desde marzo de 2021, provocó un endurecimiento de las acciones militares de los talibanes que, en poco tiempo, se hicieron con más de una docena de capitales de provincia. El ejército afgano se había quedado solo, y sin el apoyo táctico y aéreo de EEUU no pudieron impedir el avance desmedido de los insurgentes. Las fuerzas gubernamentales no tardaron en colapsar y la estrategia americana fracasó, una vez más y ya van unas cuantas en su historia, dejando abandonado al pueblo afgano.
Era la crónica de una derrota anunciada, como así lo alertó el ya fallecido Xabier Batalla, quien fuera Vicepresidente de la Asociación de Periodistas Europeos, en un artículo titulado “El tiempo es talibán”, publicado El 29 de agosto del 2010 en La Vanguardia, y cuya lectura es altamente recomendable.
Y ahora ¿Qué ocurrirá en el país? Las mujeres son las primeras en estar en la diana: los talibanes impondrán una serie de prohibiciones para ellas, y saltárselas podría suponer incluso la lapidación. La “purga” ya ha comenzado con la entrada forzosa en vivienda de informadores y de miembros del gobierno disuelto como alertan las más importantes agencias de comunicación y las niñas y niños quedan en una situación de extrema vulnerabilidad.
En este sentido, Unicef asegura de que uno de cada dos niños afganos menores de cinco años puede sufrir desnutrición grave si no se toman medidas, en un contexto en el que la organización también teme que se produzcan nuevas violaciones graves de los Derechos Humanos, entre ellas el reclutamiento de menores por parte de grupos armados.
La entrada de los talibanes en Kabul supone el triste epílogo de una estrategia que fracasó rotundamente y costó la vida de unas 150 mil personas y causó 2,7 millones de refugiados y 2,5 millones de desplazados internos. La más cruda de las paradojas es que tras 20 años de guerra, los talibanes controlan el país y tras empezar a negociar bajo el amparo de la comunidad internacional, esta vez parecen contar con un reconocimiento del que antes de la guerra carecían. Un reconocimiento que supone mandar a todo un país, y especialmente a las mujeres, de vuelta a la edad de piedra. Una auténtica tragedia de la que nadie, muy probablemente, se responsabilizará.
Christopher Rodríguez
Técnico en Administración de Empresas.
Escritor, autor de la novela “El Lince”. Mercurio Editorial. Año 2020.