La mayor o menor intensidad de los incendios que afecten a la isla no solo depende del trabajo que realicen los técnicos de la Consejería de Medio Ambiente
Muchas veces creemos que todas las soluciones están en manos de los otros; pero no nos damos cuenta de que casi todo lo que hacemos cada día tiene consecuencias y que, de alguna manera, somos corresponsables de buena parte de lo bueno y de lo malo que nos sucede. Cuando hablamos de prevención de incendios forestales siempre imaginamos a personas preparando cortafuegos, limpiando terrenos o vigilando los bosques. Y así es, hay personas que trabajan todo el año formándose y actuando para paliar en la medida de lo posible los daños de los incendios y, sobre todo, para evitar que el fuego no se haga dueño de todos los terrenos que encuentre a su paso. Pero ese trabajo es imposible de que llegue a buen fin sin la implicación y el compromiso de toda la sociedad. Y esa toma de conciencia colectiva se vuelve aún más importante en espacios tan vulnerables como las islas.
Gran Canaria ha sufrido en la última década varios incendios devastadores. Pero no solo sucede en esta isla. Si uno repasa las noticias del planeta de las últimas dos décadas, podrá comprobar cómo esos incendios arrasan con paisajes de casi todos los países occidentales en donde se ha abandonado la agricultura tradicional, la ganadería y la convivencia ancestral y sabia con la naturaleza.
Por más que se apliquen las políticas preventivas más avanzadas o que se disponga de los medios técnicos más punteros de extinción, ahora mismo no hay un gran incendio forestal controlable si no cambiamos nuestra manera de concebir nuestra relación con el entorno. Comprar un queso de la isla, consumir miel, utilizar las madera o comprar las papas del país a veces resulta más caro que hacerlo con esos mismos productos que llegan de fuera; pero quizá deberíamos ser conscientes de que no solo estamos pagando por un producto local de más calidad y con menos contaminantes: cada uno de esos quesos hará que crezca el número de ganaderos y de pastores trashumantes, que ese ganado limpie los terrenos y que, por tanto, en caso de incendio, haya más espacios, como sucedía hace décadas, en donde detener el fuego. Igualmente, si consumimos los productos de la agricultura insular, aumentarán los terrenos cultivables que evitarán esa propagación del fuego, o si pagamos por muebles elaborados con las maderas de nuestros árboles propiciaremos una mejor gestión de nuestros bosques. Esa, tal vez, sea nuestra mejor prevención para los incendios, ese trabajo de pequeñas sumas individuales unido a un compromiso firme y solidario con el medio ambiente, con todo lo que tiene que ver con una mejor convivencia con la naturaleza que ocupaba muchos de los paisajes que se han ido deteriorando por una equivocada e irresponsable dejación de los humanos.
La llegada de los grandes incendios forestales con sus devastadoras consecuencias tiene una cronología que va unida al cambio de hábitos y de consumo de los propios seres humanos. Así, hasta los años cincuenta del pasado siglo, un incendio se apagaba por los propios vecinos después de que sonaran las campanas del lugar o llegara la Guardia Civil buscando voluntarios y lugares donde disponer de agua. En esos años, los campos estaban llenos de ganaderos y de agricultores y, por tanto, las llamas no encontraban combustible para seguir avanzando. Podríamos decir que esos eran los incendios de primera generación, que se parecen poco a los que acontecen hoy en el día, con combustible acumulado durante mucho tiempo y terrenos sin cultivar o por los que hace mucho tiempo que no trashuman los pastores.
A partir de los años setenta aparecen los fuegos de segunda generación, aún no tan devastadores por el poco tiempo transcurrido del abandono de los campos y, por tanto, todavía con posibilidad de ser sofocados con agua. Ya en los ochenta, sin embargo, comienzan los grandes incendios forestales que van unidos, inevitablemente, al abandono de la agricultura y la ganadería, y a la suma de años que va acumulando combustibles. Pero todavía estamos en la denominada tercera generación de incendios, que pasa a una cuarta en los en los años noventa, cuando ya el fuego comienza a acercarse peligrosamente a los lugares habitados. En la entrada del nuevo siglo llegan los incendios de quinta generación, anticipando lo que íbamos a vivir en los últimos años, esos grandes incendios forestales con llamas de treinta o cuarenta metros, sin posibilidad de ser controlados y que llegan a crear hasta su propia meteorología en ese avance indomable que nos deja atónitos e impotentes mirando cómo el humo se asoma cada vez más intenso en nuestras cumbres. Todo ese proceso de abandono del campo propiciado por nuestros cambios de hábitos se une al efecto, también determinante y devastador, del cambio climático.
Lo paradójico es que ahora mismo contamos con las mejores dotaciones y los mejores profesionales en prevención y extinción de incendios, pero ese milagro de acabar, o por lo menos de paliar los efectos del fuego, solo es posible con la participación activa de cada mujer y de cada hombre que vive en Gran Canaria. Las principales causas de esos incendios que encuentran a su favor ese abandono del campo y el cambio climático suelen ser las quemas de los agricultores, el uso de las maquinarias, sobre todo radiales, o las líneas eléctricas. En cuarto lugar aparecería la acción de los incendiarios; pero lo preocupante es que al concretarse cualquiera de estas causas, unidas a unas condiciones meteorológicas con mucho viento y altas temperaturas, la devastación de los grandes incendios forestales cuenta con todo a su favor para destruir todo lo que vayan encontrando las llamas a su paso, con un gran riesgo para las vidas humanas por la aproximación, cada vez mayor, a los pueblos y pagos del interior de la isla. Por ello se trabaja denodadamente con los vecinos de esas zonas para que mantengan siempre limpio el perímetro de quince metros que rodea a sus casas. También se están estableciendo acciones conjuntas con otras Consejerías del Cabildo para implicarlas en esa necesaria prevención de todos que evite la consolidación futura e inevitable de esos grandes incendios. En ese sentido, la Consejería de Medio Ambiente, que preside Inés Jiménez, mantiene encuentros periódicos, en el marco de ‘La Cumbre Vive’, con la consejería de Sector Primario y Soberanía Alimentaria, junto al Consejo Insular de Aguas. También se han celebrado reuniones con Obras Publicas, y se unirán a esta acción conjunta Prensa del Cabildo, Reserva de la Biosfera y Risco Caído y Espacios Sagrados de Montaña. En el caso de Obras Públicas y el Consejo Insular de Aguas, su participación es esencial para mantener limpias las zonas que atañen a sus respectivas competencias, y que, en el caso de las carreteras o barrancos, pueden convertirse en cortafuegos determinantes para evitar la propagación de las llamas.
Pero la prevención, como venimos insistiendo desde el principio, es una carrera de fondo en la que hay que ir cambiando los hábitos y costumbres de la gente, y al mismo tiempo haciéndoles partícipes de ese logro que sería mejorar nuestra relación con la naturaleza y buscar un equilibrio entre el pasado y el presente del territorio insular. Para ello, los técnicos responsables de prevención trabajan con los más sabios y más cercanos a ese paisaje, los escuchan, los involucran en sus proyectos y aprenden de su sabiduría ancestral y atávica, adquirida día tras día en esos terrenos que han visto arder tantas veces. Para entender lo que están haciendo nos acercamos a San José del Álamo para hablar con uno esos sabios. Es pastor trashumante desde niño. Procede de Caideros de Gáldar, y desde hace unos meses se ha instalado con sus ovejas en un espacio cedido por la Consejería de Medio Ambiente en la citada área recreativa. Los técnicos responsables de prevención saben que es muy difícil evitar los incendios, pero que sí es posible atenuar su intensidad.
Hablar con Miguel Moreno Moreno es entender un poco mejor la naturaleza por la que tantas veces pasamos de largo. Pocos como él saben del riego del combustible acumulado en los montes, de las irresponsabilidades de quienes visitan el campo sin tener ningún cuidado con lo que les rodea y de todo ese abandono de la actividad agropecuaria que ha derivado en la actual situación de alto riesgo de grandes incendios forestales en la isla.
Miguel Moreno observa en silencio el ir y venir tranquilo de sus ovejas y habla pausado, sentencioso, pero desde esa humildad que solo regala la experiencia y la observación. Desde los quince años sabe lo que es ir con su ganado de una parte a otra de la isla buscando los mejores pastos y el mejor clima, y sabe de lo importante que siempre fue el pastoreo, sobre todo el de la oveja: “ni topa, ni muerde, ni daña lo plantado, la oveja es la escoba de la tierra, y su salud es estar suelta y hacer trashumancia con ella”.
Miguel recuerda cuando había muchos más pastores y agricultores en los campos, “todo el mundo limpiaba sus terrenos hasta donde lindaba la corriente del agua y había pastores por todas partes, y el pastor logra que no se queme el campo limpiando con su ganado el terreno por el que pasa”. En todo momento quiere destacar la colaboración y el apoyo que tienen ahora mismo por parte de los técnicos del Cabildo. En ese sentido, está a punto de ponerse en marcha el Pago por Servicio Ambiental (PSA), como el que existe en otras comunidades, que reconozca la labor de quienes ayudan a recuperar los campos y la importancia que tiene esa recuperación para evitar la propagación de las llamas y para evitar la acumulación constante de material combustible en los campos.
Miguel Moreno sí reconoce que la profesión de pastor es muy sacrificada, “porque hay que trabajar los 365 días del año y atender al ganado en todo momento”; pero queda claro que si no se apoya, se incentiva y se cuenta con personas como Miguel, el futuro de la isla contaría con muchos incendios altamente peligrosos y poco controlables. El apoyo a lo que hacen, además del institucional, pasa, como en el caso de la agricultura, por la sapiencia de que cuando se consumen los quesos y los productos agrícolas de Gran Canaria también estamos contribuyendo a que la isla cuente con más terrenos limpios o cultivables que eviten el camino implacable de las llamas.