Es obvio que hacer y hablar no son lo mismo. Según la Real Academia Española <hablar> define la acción de “emitir palabras”, mientras que <hacer> es “producir algo, darle el primer ser”. Sin embargo me llama poderosamente la atención cuando algunas personas dedicadas a la labor política tienen cierta tendencia a pensar que cuando hablan (emiten palabras) automáticamente hacen (producen algo, le dan el primer ser). Y en muchas ocasiones quienes escuchamos tenemos la tendencia de pensar que quien habla, hace. Y no es así.
Esta semana hemos asistido a una nueva conmemoración del 8M, que se ha convertido en un espacio que nos sirve para reflexionar sobre el camino recorrido y el largo trecho que queda por andar hasta conseguir la igualdad efectiva y real entre mujeres y hombres.
A lo largo de estos días hemos podido escuchar cómo se hablaba de igualdad aprovechando la marca en color lila de la agenda política. Color que en muchos casos pasará al olvido, hasta el año que viene, de los discursos y las agendas. Sin tener en cuenta los hechos o acciones que materializan las palabras emitidas en realidades palpables o valiéndome de la RAE “dar el primer ser”. Al fin y al cabo sabemos que las palabras se las lleva el viento, máxime cuando vivimos en una zona en la que los alisios empujan el ritmo de nuestras vidas.
Hablar de igualdad es reconocer que las mujeres sufren más las injusticias del mercado laboral. Que la brecha de género es incontestable. Que tienen más dificultades para acceder a puestos de responsabilidad o mejor dotados. Los techos de cristal. Los suelos pegajosos. La violencia machista. El acoso laboral y el acoso sexual,…
Hablar de igualdad podría considerarse como el paso previo a “hacer” igualdad, pero resulta inconcebible e inaceptable, que bajo la alfombra del discurso fácil se escondan atisbos que dejan al desnudo la divergencia existente entre las palabras y los hechos.
No se puede enarbolar la bandera de la igualdad y manifestar el compromiso activo con las políticas de igualdad, cuando no se cumple con un Plan Municipal de Igualdad. No se convoca el Consejo Municipal de Igualdad, silenciado y paralizando la participación de los y las agentes sociales en la construcción de un municipio igualitario. Cuando no se incrementan las partidas presupuestarias para la puesta en marcha de las políticas de igualdad en el municipio y se mantienen en precario los recursos humanos destinados a este servicio. Cuando no se impulsa el Plan de Igualdad para los y las trabajadoras municipales. Cuando existen consejos de administración de sociedades municipales cuyos sillones no son ocupados por mujeres. O cuando se congelan durante más de diez años los salarios de las trabajadoras de las Escuelas Infantiles.
Hacer y por lo tanto trabajar por la igualdad es impulsar que nuestro Ayuntamiento se implique activamente en acciones que favorezcan la inserción laboral de las mujeres, como conseguimos a través de la moción presentada en el último Pleno Municipal. Descentralizar la atención a las mujeres. Poner a su disposición todos los mecanismos de defensa a nuestro alcance. Promover iniciativas que favorezcan su visibilización y empoderamiento. Hacer por la igualdad es aprobar la Ley Contra la Violencia de Género en 2004 o la Ley de Igualdad Efectiva entre Mujeres y Hombres en 2007, ambas aprobadas por José Luis Rodríguez Zapatero. O la legalización del aborto en 1985 por Felipe González. Incluso en nuestros días el impulso del Plan Estratégico de Igualdad, impulsado desde el actual gobierno con una dotación que supera los 20 mil millones de euros hasta el 2025.
Un 8 de marzo de 1875, ciento veinte mujeres fueron asesinadas en Nueva York por reivindicar la igualdad salarial con sus compañeros varones. A ellas les precedieron y les han sucedido generaciones y generaciones de mujeres condenadas a la discriminación, la desigualdad y la precarización, que hoy esperan que hagamos algo más que hablar de igualdad, es tiempo de hacer igualdad.
Julio Ojeda (Opinión)