Recuerdo que de niño, cada cierto tiempo, mi madre dejaba descongelar la nevera coincidiendo casi siempre con el final de mes, momento en el que las provisiones se alejaban de los “excesos” de las jornadas iniciales con las que se recibía la nueva mensualidad. Me viene a la cabeza la imagen del caos que imperaba en la cocina, que encogía sus dimensiones gracias a las puertas abiertas del frigorífico, los paños y las palanganas, que siempre eran insuficientes para contener los pequeños riachuelos de agua destilada que se deslizaban por el suelo, buscando una salida que nunca alcanzaban.
El congelador se encontraba en el interior del electrodoméstico, provista de una puerta que casi siempre cedía al uso y a la presión que ejercía sobre ella el hielo que se generaba en su interior. A veces la cantidad de hielo era tanta, que terminaba por engullir lo que escondía en su interior y apenas quedaba un hueco por el que podía colarse mi mano infantil.
El culmen de este ritual helado llegaba cuando la escarcha acumulada en la palangana me garantizaba la efímera posibilidad de jugar con ella, moldeando figuras más efímeras aún con las manos moradas del frio. Fantaseando con la nevada que había llegado a la cocina de casa.
La tecnología avanza, afortunadamente, para hacernos la vida más cómoda. Y llegaron los frigoríficos “no frost”, para mutilar las nevadas que de vez en cuando llenaban las tardes de juego con un acontecimiento inusual. De niño, nunca vi la nieve. Miento sí que la vi, en la cocina de casa. Y eso en los tiempos del metaverso me hace sentir un privilegiado.
A la vez que me vienen a la mente estos recuerdos voy descubriendo que el mundo sin escarcha ha llegado más allá de los límites de la nevera de la menguante cocina de infancia, dando lugar a todo un universo “no frost”, en el que si bien el hielo no existe el frio impera de manera uniforme en su interior.
En el universo “no frost”, hay personas capaces de soportar grandes atascos y caravanas para ver la misma cantidad de nieve que pude ver en la cocina de mi casa. Un universo en el que Frozen vaga desorientada bajo el frio helador de Arandelle, donde dejó de nevar para siempre, y en el que la Reina de las Nieves abdicó, no precisamente por atesorar fondos en paraísos fiscales, más bien porque había dejado de tener sentido reinar en un lugar sin nieve.
En el universo sin escarcha los trabajadores van en contra de los trabajadores, defendiendo los intereses de las petroleras que especulan con los precios de la gasolina. Las mafias aprovechan la huida de la guerra para capturar a sus víctimas de trata de personas. Algunos dirigentes políticos niegan la existencia de la exclusión social, hacen como que no la ven y sacan pecho por su gestión escorada a la derecha.
En el universo “no frost” la cantidad de escarcha existente es proporcional a la sensatez y el sentido común. No existe la escarcha, pero el frío es helador. Al final la única escapatoria será meternos en la nevera para comprobar si la luz de su interior realmente se apaga cuando cerramos la puerta, mientras entonamos “i will survive”.
Julio Ojeda (Opinión)