A pesar de la constante lucha por conciliarme como hijo de la “generación X” con las posteriores generaciones que ocuparon el resto de las letras del alfabeto hasta llegar a la “Z”, hay ciertas cuestiones que, de forma inexorable, definen a cada una de ellas y que nos unen irremediablemente a la época en la que nacimos.
Lo confieso, ver los primeros titulares o noticias relacionadas con la llegada de la primavera es recibir “ipso facto” en mi cabeza la canción “La maldita primavera”. En ella, la cantante mejicana Yuri, nos cuenta su relación tormentosa con esta estación. Donde todos vemos la llegada del sol, los días más largos, las flores, el amor, la música,…, ella revive las secuelas de un desengaño amoroso y yo con ella desde hace cuarenta años en un ejercicio de incomprensible empatía a pesar de disfrutar intensamente cada primavera.
He intentado encontrar esa empatía en otras letras y en otras melodías contemporáneas, pero no encuentro la complicidad necesaria con Rosalía o cualquiera de los números uno de las listas de éxitos actuales. Nadie ha sabido cantarle su enfado a la primavera como Yuri. ¿Cómo no sentir empatía hacia alguien que cantaba a una maldita primavera cuando todos la celebrábamos?
Poder contabilizar el paso del tiempo en primaveras sumadas tiene su punto. Pero también es cierto que no todas las primaveras son iguales, ni su paso sienta igual de bien. De hecho, se dice que “la primavera la sangre altera”, el aumento de la luminosidad, la temperatura, los cambios en la presión atmosférica, la floración y la polinización se traducen en desajustes en algunos neurotransmisores y hormonas. Según la ciencia aumenta la secreción de feromonas, oxitocina, dopamina y noradrenalina, entre otras. Y esto no todo el mundo lo gestiona igual, indudablemente.
Si a todo ese rebumbio hormonal le sumamos los atascos producidos por las diferentes obras que se llevan a cabo en el municipio, poniendo al límite nuestra paciencia, convirtiendo el día a día en una ratonera a modo de “scape room” urbano y gigante. O la permanente y misteriosa desaparición del árboles de los espacios públicos que se asfixian a base de olvido y desidia. La condena a somnolencia perpetua bajo custodia en la que aguardan los proyectos, las iniciativas y las ideas para promover el progreso en nuestro municipio. Teniendo en cuenta que las últimas primaveras no han sido buenas para Santa Lucía de Tirajana y que no hay visos para ser optimistas con la presente, me temo que será inevitable que en el silencio íntimo de cada uno de nosotros y nosotras resuene “La maldita primavera”.
A esta primavera, de manera irreversible e inmutable, le seguirá un nuevo verano, luego el otoño y el invierno. Y llegará una nueva primavera con la oportunidad de dejar de ser maldita.
Julio Ojeda (Opinión)