Desde que llegara a nuestras vidas el Festival de la Canción de Eurovisión, en 1956, con el objetivo de unir a los europeos tras la Segunda Guerra Mundial, no ha dejado de ofrecernos excusas para ponernos rojos por la vergüenza o de orgullo. Se trata de un festival que sin duda alguna trasciende de lo estrictamente musical, un espectáculo siempre con alguna polémica y con la política también presente.
Recuerdo que en casa era todo un acontecimiento, en el que nos consolábamos mutuamente de los berrinches cuando algún país no le daba ningún voto a nuestro representante. Cosa que, dicho sea de paso, a veces merecido y demasiado habitual para gusto de muchos. Nuestra canción era lo de menos, era la nuestra y entregábamos todo nuestro conocimiento al amor y a la pasión.
Ahora la cosa ha cambiado mucho, ya no somos tantos los que nos juntamos en grupo para ver el festival con un buen aperitivo, haciendo cávalas sobre las favoritas e imitando los votos en los distintos idiomas. En nuestros días las europolémicas comienzan desde el minuto uno con la designación de la canción que nos representará. Para muestra los ríos de tinta a cuenta de la elección de Chanel, que unos días nos representará en Turín con su “SloMo”, al que después de escucharlo en varias ocasiones y a pesar de ser pegadizo no he sido capaz de entender qué me canta. O si echamos hilo a la cometa, aquel año en el que la dictadura franquista decidió que el “lalalá” de Serrat en catalán no sonaría igual que el “lalalá” de Massiel en castellano. Crean cuando les digo que he hecho la prueba de cantar “lalalá” en ambos idiomas y aún no me explico dónde pudieron encontrar esas diferencias.
Años de Eurovisión y años de canciones, tantas que podríamos estar horas cantando porque lo mejor que le puedes decir a alguien es “canta y sé feliz” como lo hizo Peret.
Hay quienes deciden “bailar pegados” a pesar de estar a kilómetros de distancia, en “un mundo nuevo” lejano a la realidad, en el que no dejarán ni siquiera “algo pequeñito” de lo que existió antes. Cuando te digo “quédate conmigo” no me importa “quien maneja mi barca”. Tan sólo quiero compartir a gritos mis secretos contigo con gallo incluido: “do it for your lover”; porque “estando contigo” sólo “vivo cantando”.
Sírvame un “bloodymary” por favor y “hablemos del amor”, “dime” que “yo soy aquel” y que “no estas sólo”, que no hay “bandido” que tu corazón robe . “Dile que la quiero” y “baila el chiqui chiqui” bajo un cielo lleno de estrellas mientras “Europe´s linvig a celebration” cantando “su canción”. “Lalalá” “vivo cantando” porque el que canta su mal espanta. “Enséñame a cantar” cuando “sobran las palabras” y “bailemos un vals” hasta quedarnos sin aliento. Así esperaré “colgado en un sueño” hasta el “amanecer” sintiendo que “la noche es para mi”, hasta que “Gwendolin” y “Valentino” apaguen las luces y anuncien que “la fiesta terminó”. Siempre confiado en que “tú volverás”.
Julio Ojeda (Opinión)