¿A quién no le han tocado en la puerta a punto de acabar la película que estas viendo? Sin escapatoria posible debes abrir la puerta porque quien está al otro lado sabe perfectamente dónde estas y qué haces. Rendido y con los pies pesados en el kilométrico recorrido hasta llegar al picaporte de la puerta, asumes que han sido en vano tus esfuerzos por mantener la vigilia y la atención puesta en la película de la que jamás conocerás su desenlace. La inoportuna visita, que nunca pedirá disculpas, se abalanzará sobre el sofá en el que hacía unos segundos permanecías en la más estricta horizontalidad, retirará la manta peludita de Natura con la que te tapabas y chasqueará la lengua dispuesta a largar aquello que quiere decirte y que guarda en el buche para ametrallarlo sin compasión hacia tus oídos.
Las visitas inoportunas están al acecho y pueden llegar en cualquier momento, como el mosquito que zumba alrededor de los oídos en el momento justo de posar la cabeza sobre la almohada. El molesto insecto se escurre de nuestros aspavientos en la oscuridad frente a nuestra frustración. Cesan los aspavientos y su molesto zumbido reaparece dispuesto a sacarnos de nuestras casillas. Encendemos la luz para localizarlo, pero el hábil zumbador curiosamente desaparece. Nos vemos obligados a encender el postergado momento de encender la luz. Con los ojos enrojecidos del sueño y deslumbrados por pasar de manera repentina de la oscuridad a la luz y pertrechados con la almohada, o lo primero que encontremos, iniciamos lo que sabemos que será un largo y extenuante lapsus cinegético. Zarandeamos la cortina, las sábanas… finalmente lo encontramos en el techo, me imagino que desternillándose de la risa ante nuestra desesperación. Iniciamos la primera ofensiva, que normalmente no es la definitiva, para terminar en una persecución agotadora, hasta que por fin lo alcanzamos. Un instante después nos descubrimos en el catre con los ojos abiertos como los de un cherne y sin rastro del sueño que nos había empujado a la cama.
Poco o nada tiene que ver el tamaño o el objetivo del visitante incómodo. Lo inoportuno de la visita se mide por el momento en la que se recibe y la imposibilidad de poner en marcha algún plan de contingencia para evitar las molestias que produce.
Las visitas inoportunas son inevitables, del mismo modo en que son inevitables las incomodidades que producen. Ya vengan de la calle de al lado o de oriente medio. Que sea tu cuñado o el presidente de la comunidad. El cartero que siempre llama dos veces o la realeza.
Julio Ojeda (Opinión)