Las sociedades necesitan símbolos que se alcen sobre la rutina diaria y les devuelvan un reflejo de estabilidad y permanencia en las contradicciones de la historia. En el caso de las islas, y en especial de Gran Canaria, existen pocos elementos que puedan hacer sombra en este papel a la emblemática Catedral de Canarias, levantada junto a los primeros cimientos del Real de Las Palmas, de cuyo devenir ha sido al mismo tiempo testigo y protagonista desde hace cinco siglos.
Los orígenes del templo guardan vínculos de cuna con el nacimiento de una nueva sociedad en este lugar del Atlántico. Desde entonces, los destinos de la Catedral, de la ciudad fundacional y del conjunto de la isla han avanzado de la mano, sin dejarse atrás en ningún momento, creciendo al unísono, unidos como han estado siempre por hilos visibles; y también por otros invisibles, pero igual de importantes a la hora de entrelazar a la población grancanaria con su estandarte arquitectónico.
Las raíces de piedra de la Catedral se hunden en los albores de la primera ciudad de realengo fundada fuera de la metrópoli, de ahí su consideración de adelantada en las fundaciones atlánticas y americanas. Este hecho contribuyó de manera decisiva a consolidar los lazos entre esta tierra y América y al mismo tiempo sentó las bases del espíritu abierto de grancanarios y grancanarias, con una mirada universal siempre fijada en el horizonte.
El magnífico estudio del arquitecto José Luis Jiménez Saavedra nos descubrió el secreto sorprendente de que la fachada de la Catedral está edificada en la intersección del triángulo que formaban los antiguos conventos de San Agustín, Santo Domingo y San Francisco. Y este modelo se replicó después en muchas ciudades americanas.
La catedral ha sido un faro espiritual por su función de cabecera eclesiástica insular en la ruta de ida y vuelta entre Europa y el Nuevo Mundo. Pero, sobre todo, ha sido una referencia firme y constante para los habitantes de Gran Canaria, que se han encomendado entre sus muros a las mismas alturas hacia las que se proyectan las torres de la Catedral.
La ciudad, la isla de Gran Canaria y la Catedral acumulan 500 años de camino compartido por las orillas de la historia, enfrentándose a las subidas y bajadas de las mareas sociales y económicas, convirtiéndose en un ejemplo vivo, y perfectamente aplicable a nuestros días, de la importancia de la conjunción de los distintos estamentos que integran una comunidad para prosperar, pero también para saber sufrir juntos y superar tiempos difíciles.
La simbiosis entre Gran Canaria y la Basílica de Canarias resulta de una evidencia palmaria. La primera Catedral cobró cuerpo gracias al impulso fundacional, tras lo cual su construcción y actual configuración se vieron condicionadas por la realidad de cada época. El templo vio cómo se levantaban a su alrededor edificios civiles que hablaban de una sociedad diversa y en desarrollo. Pero también vio frenada su construcción en más de una ocasión y contempló a la ciudad derribar sus viejas murallas para expandirse, aunque sabedora de que jamás podría quebrarse la comunión entre dos entidades que comparten marca de nacimiento.
Cada uno de estos momentos ha dejado un reflejo en el magno edificio y ha contribuido a convertirlo en la construcción histórica más destacada de la Comunidad Autónoma. Porque esta Catedral es la obra del tiempo, hecho que se refleja en la incorporación en su fachada y en su estructura de elementos góticos, renacentistas o neoclásicos, mostrándonos un compendio artístico, y ofreciendo sobre todo un espacio de encuentro comunitario, pero también de intimidad y de reflexión.
Por todo ello, a este Cabildo de Gran Canaria le sobraban los motivos para conmemorar los 50 años de la declaración, un día como hoy de 1974, de la Catedral de Canarias como Bien de Interés Cultural (BIC), inicialmente en su antigua denominación de Monumento Histórico-Artístico.
Las Jornadas impulsadas estos días por el Área de Presidencia a través del Servicio de Patrimonio Histórico (en colaboración con la Diócesis, el Ayuntamiento, la Orquesta Filarmónica y el Museo Canario) han profundizado en el conocimiento y la difusión de los valores que atesora la Catedral y han supuesto un merecido homenaje a las personas que han hecho posible su creación, desde los arquitectos al más humilde labrador de piedra.