Hace unos días me crucé con una publicación alarmante en redes sociales. Un chico de dieciséis años compartía una historia donde celebraba con efusividad el ascenso de Vox en las últimas elecciones y su entrada en el gobierno de muchas instituciones. Repito, lo subía un chico de dieciséis años.
Uno de los argumentos que más se escuchan por parte de los sectores reaccionarios de nuestra sociedad para evitar abordar asuntos espinosos, como la reparación (al menos en parte) de los destrozos que heredamos del régimen franquista, es el de la recomendación de no remover la basura. Uno de los principios de nuestra renacida ultraderecha aboga por mantener oculta cualquier información que facilite y apoye, por ejemplo, el impulso de la llamada “memoria histórica”. Destinar recursos a localizar los restos de represaliados por el régimen que sufrió este país durante casi cuarenta años se considera por algunos un despilfarro. Por lo tanto, como ha demostrado sobradamente la corriente ideológica más a la derecha, lo más eficaz para hacernos olvidar cualquier asunto que nos incomode es borrar la memoria, aunque sea a base de martillazos sobre un disco duro. No se trata entonces de aprender de nuestro pasado para no cometer los mismos errores, sino negar su existencia. Y cuando no se puede eliminar a golpes, entra en juego la propaganda y el aleccionamiento, bien planificado y dirigido. Cuando creíamos que los postulados más rancios y caducos del fascismo eran solo un mal recuerdo, ahora la derecha los reinventa con la legitimidad de las urnas. Si pensábamos que los avances en valores como tolerancia, derechos para las minorías, mejoras en el ámbito laboral, igualdad, inmigración, etc, eran inamovibles, entra por la puerta un aterrador vendaval y lo intenta tirar todo abajo. Debemos tomarnos este asunto en serio y poner a la educación y a la cultura a trabajar duro. Encendamos las alarmas: a los padres de un chico de dieciséis años ya les han borrado la memoria.
Andrés Odeh Moreno