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Molinería Pérez Gil: 75 años alimentando historias y corazones en Santa Lucía

El aroma cálido y nostálgico del gofio recién molido, ese que envuelve a las calles de Vecindario en las mañanas, guarda en cada partícula de su esencia una historia de esfuerzo, tradición y comunidad. La Molinería Pérez Gil, que acaba de celebrar su 75 aniversario, no es solo el último molino de gofio que queda en Santa Lucía de Tirajana; es un testigo vivo de una época en la que este alimento fue mucho más que un sustento: fue el pan del alma para muchas familias canarias.

Corría el año 1949 cuando Santa Lucía, en plena transformación, vio nacer un pequeño molino en El Doctoral. Entre campos de tomates y necesidades apremiantes, la familia fundadora apostó por un producto que resonaba con la vida cotidiana de los canarios. En aquellos primeros años, el gofio no solo calmaba el hambre, sino que sostenía sueños. Los agricultores traían su grano al molino, y cuando el dinero escaseaba, la maquila —el pago en especie con parte del grano molido— era una forma de trueque que garantizaba que nadie se quedaría sin comer.

El molino se convirtió en un pilar del pueblo, ofreciendo alimento a una comunidad que, con frecuencia, veía en el gofio la única certeza en tiempos inciertos. Aquel alimento humilde, hecho de millo o trigo tostado y molido, se transformaba en el ingrediente esencial de desayunos, cenas y meriendas. Era el alma de la despensa, capaz de nutrir tanto el cuerpo como la esperanza.

Hablar del gofio es hablar de Canarias, de sus luchas y de su capacidad para sacar lo mejor de los recursos más simples. En cada cucharada de gofio, los isleños no han encontrado solo energía, sino también una conexión con su tierra. El gofio ha acompañado a generaciones en sus días más duros, ha llenado barrigas vacías y ha sido testigo de incontables sobremesas en familia.

En este contexto, la Molinería Pérez Gil ha sido más que un simple negocio; ha sido un refugio, un lugar donde se ha mantenido viva una tradición profundamente arraigada. A lo largo de los años, los avances tecnológicos y los cambios sociales han transformado la isla, pero el molino ha permanecido, recordándonos la importancia de preservar lo auténtico.

La Molinería Pérez Gil sigue elaborando su gofio con un cuidado artesanal que habla de respeto y orgullo por el oficio. Desde la limpieza meticulosa del grano hasta el tostado y la molienda con piedras volcánicas, cada etapa del proceso está impregnada de una dedicación que trasciende la mera producción. Este enfoque no es solo una técnica; es una filosofía que honra los métodos tradicionales mientras mira al futuro.

La calidad del producto final, robusto y distintivo, no es fruto del azar, sino de décadas de perfección y amor por el detalle. Este gofio, que ha sido premiado y reconocido, es el resultado de un trabajo silencioso pero constante, un homenaje al esfuerzo colectivo de una familia y su comunidad.

La celebración de estos 75 años fue mucho más que un acto conmemorativo; fue un tributo a las generaciones que han construido y sostenido este legado. En el evento, Santa Lucía se unió para recordar no solo la historia del molino, sino también el papel del gofio en la vida del pueblo. Desde música tradicional hasta gastronomía local, cada detalle de la jornada reflejaba la conexión indisoluble entre el molino y su entorno.

El gofio, que antaño calmó el hambre y sostuvo a muchas familias, sigue siendo hoy un símbolo de identidad, adaptándose a los nuevos tiempos sin perder su esencia. En los hogares canarios, sigue siendo un alimento cotidiano, un puente entre el pasado y el presente.

Con una producción actual que ronda las 120 toneladas anuales, la Molinería Pérez Gil afronta el reto de llevar su producto a más hogares, conservando siempre esa calidad y autenticidad que la han caracterizado. Aunque las circunstancias han cambiado, el compromiso con el trabajo bien hecho permanece inquebrantable.

La historia de este molino es la historia de Canarias: de su capacidad para superar las adversidades, de su orgullo por lo propio y de su amor por la tradición. Y mientras el aroma del gofio siga despertando a las calles de Santa Lucía, habrá un recordatorio constante de lo que significa preservar la memoria y alimentar el alma de un pueblo.

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