El turismo, al menos el de masas, muestra una especie de tendencia natural al ‘autofagocitamiento’, una suerte de dinámica que termina por poner en jaque su propia viabilidad a largo plazo.
No se está, sin embargo, ante una maldición bíblica, ante algo inevitable. Romper con estos círculos perversos pasa necesariamente por una correcta planificación y gestión de los destinos turísticos, siempre desde la perspectiva de la sostenibilidad integral (económica, social y ambiental), y teniendo en cuenta que en la ecuación, de una manera u otra, debe (re)incorporarse la existencia de límites.
Apostar por la sostenibilidad en el turismo ha dejado de ser una necesidad; hoy es, junto a la resiliencia, una obligación inaplazable. Una urgencia que enfrenta muchos obstáculos, empezando por la propia banalización de lo que significa realmente la sostenibilidad.
La sostenibilidad de los destinos turísticos no se improvisa; requiere de compromiso (propósito) y (co)liderazgos firmes, además de una adecuada planificación y del despliegue de mecanismos de gobernanza apropiados. Esto último incluye, entre otros muchos elementos, de procesos de participación reales y efectivos, que incluyan al conjunto de la ciudadanía, a las comunidades locales.
Según la Organización Mundial del Turismo (OMT), el turismo sostenible es aquel que tiene plenamente en cuenta las repercusiones actuales y futuras, económicas, sociales y medioambientales para satisfacer las necesidades de los visitantes, del sector, del entorno y de las comunidades locales.
A mi entender, lo más relevante de esta definición es lo que no dice. Y es que la OMT no circunscribe la sostenibilidad a unas pocas modalidades de turismo. Tal y como expresó en 2020 su Secretario General, la sostenibilidad no debe ser ya un nicho del turismo, sino que debe ser la nueva norma en todos y cada uno de los segmentos del sector.
Para acometer con un mínimo de probabilidad de éxito la tarea de transitar hacia un destino turístico sostenible contamos con la Agenda 2030 de Naciones Unidas. Sus principios y elementos facilitadores, junto a sus objetivos (los ODS) y metas, conforman una guía muy útil para orientar los procesos de planificación y gestión bajo el paradigma del desarrollo humano sostenible.[1]
En el binomio planificación-gestión entra con fuerza la evaluación, las métricas a emplear. Si el propósito de las organizaciones y los territorios cambia, inevitablemente tendrá que repensarse la forma en que se mide el ‘éxito’ de las acciones, de los proyectos y planes estratégicos.
El éxito turístico no puede seguir midiéndose exclusivamente desde el lado de la demanda, en términos del número de visitantes recibidos, del total de pernoctaciones o del gasto medio diario. Este sesgo está en la base del complejo mosaico de problemas y desequilibrios que muchos destinos turísticos de masas afrontan hoy. El objetivo debe ser medir éxito del turismo también en términos de los impactos económicos, sociales y ambientales a nivel de destino, con especial énfasis en los impactos sobre las comunidades locales. El sector turístico, tal y como insiste la OCDE, debe ser juzgado no por la demanda, sino por su eficacia en la prestación de medios de vida, contribuyendo a la economía local y a los beneficios netos para los destinos, las comunidades locales.
En una economía (un destino) en la que un 35% de su producción y el 40% de su empleo dependen, directa o indirectamente, de un único sector, ¿se puede aspirar a la sostenibilidad económica, social y ambiental sin el compromiso, cuando no liderazgo, de aquel? Evidentemente, no.
La dificultad en el cambio de modelo no está en diseñar la estrategia. Parafraseando al catedrático de la Universidad de La Laguna, el profesor Hernández Martín (2015; página 714), “lo complicado es consensuarla, persuadir al conjunto de los agentes públicos y privados en un diagnóstico, unos objetivos y unas medidas, y conseguir que estos objetivos guíen efectivamente las decisiones que diariamente están tomando todos los agentes desde sus respectivas responsabilidades”.[2]
[1] Para un análisis detallado de los principios y facilitadores de la Agenda 2030 y su lectura y aplicación en clave turística, véase Padrón Marrero (2023), La Agenda 2030 en la planificación y gestión de los destinos turísticos sostenibles. ¿Cómo evitar las prácticas de «lavado de cara»?, en Simancas, Hernández y Padrón (coords.), Transición hacia un Turismo Sostenible. Perspectivas y propuestas para abordar el cambio desde la Agenda 2030, editado por Fundación Fyde CajaCanarias.
[2] Hernández Martín (2015), Canarias, una potencia turística ante crecientes desafíos, en Padrón y Rodríguez (coords.), Economía de Canarias. Dinámica, estructura y retos, editado por Tirant lo Blanch.