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GRAN CANARIA, UNA GRAN OBRA COMUNITARIA

El viernes pasado, 14 de marzo de 2025, el Cabildo de Gran Canaria celebró su 112 aniversario en una gala en la que otorgamos a distintas personas e instituciones los honores y distinciones previstos para reconocer su contribución al desarrollo social y económico de nuestra isla. Quiero compartir con ustedes las palabras con las que me dirigí a ellos y a la ciudadanía que nos acompañaba. Les animo a leerlas como si hubieran estado presentes en el acto.

Quiero invitarles a seguir unos pasos, unas huellas en el camino. No es preciso que se muevan de sus asientos.. Solo les pido que dejen vagar su imaginación, porque esta senda discurre por el territorio de nuestra memoria colectiva. 

Avanzamos tras el leve rastro que deja tras ella Juanita, de cuya historia supe hace apenas unos días. Hace más de ochenta años, siendo poco más que una niña, subía cada cierto tiempo hasta la cima de la Montaña de Tauro, en busca de leña buena que bajaba hasta la costa. Vemos cómo se pierde su silueta al descender, entre caminos improvisados y barrancos. Ella, que ahora mismo, a esta hora de la noche, descansa y mece recuerdos en su casa de toda la vida en Los Palmitos, en el barranco de Mogán, hizo Gran Canaria.

Escuchamos ahora un sonido a la vez obstinado e íntimo, porque procede de la matriz de la isla. Es el piquero que cavó la casa-cueva. No muy lejos, llega el eco del labrante en su afán. Y del pico del pocero, también en el seno de la isla, en busca del agua que apague la sed del campo. En la marea, un marinero localiza el bajío, al que dará su nombre y donde abunda la pesca. Ellos hicieron y hacen Gran Canaria.

Oímos el augurio de la cosecha bajando por la acequia. Y al herrero en su fragua, en el instante preciso, porque siempre hay un primer momento, en el que ingenia la solución que buscaba y adapta el cuchillo canario para que incida con mayor precisión en la platanera. Nos envuelve el rumor del ganado, la afinada sinfonía de las cencerras. Es la inmemorial melodía procedente de las sendas de la estirpe trashumante, desde las que divisamos las cuencas del origen y del porvenir. También estas personas hicieron Gran Canaria.

Contemplamos unas manos que se mueven en la penumbra, apenas quebrada por la luz del candil, mientras tejen la lana. Ahora esas manos empaquetan tomates, cuecen gánigos de barro siguiendo las instrucciones no escritas de un manual milenario. Preparan luego el ungüento sanador, completan la arpillera, desgranan el millo y prenden la lumbre. Sí, también estas manos y estas mujeres hicieron Gran Canaria.

Demos un salto temporal, y pensemos en quienes levantan y bajan a diario la persiana de sus negocios, como el telón de una obra en la que han volcado su vocación y sus sueños. Y llegamos al final de la ruta, que en realidad es su origen, más de mil años atrás, esta vez tras unos pies descalzos, los de alguien anónimo que horadó la toba volcánica para establecer un diálogo con los astros a través de marcadores que todavía hoy en día hablan con el sol y la luna.

Así empezó a escribirse el relato de esta isla de Gran Canaria que continúa midiendo su tiempo en este punto del Atlántico. Y, más allá de la suma de aportaciones individuales, la isla avanzó cohesionada por un poderoso sentimiento de comunidad y del cuidado colectivo. Es un legado que no debemos perder. De hecho, en este sentimiento de pertenencia y de defensa de los intereses comunes reside el propio germen del Cabildo, así como los principios que continúan rigiendo sus acciones 112 años después de su creación. Como dijo Pino Ojeda, nada nace ni vive por sí mismo”.

Gran Canaria y su población son al mismo tiempo espejo y reflejo, una metáfora permanente escrita con la tinta indeleble de las relaciones que están llamadas a perdurar. Así ha sido desde el inicio, antes de que nada existiera, antes incluso que la premonición de lo que al final hemos sido.

Porque del mismo modo que Gran Canaria surgió del océano, elevándose capa a capa, la capacidad de adaptación al entorno de grancanarios y grancanarias ha superpuesto el resultado de generaciones de esfuerzo y talento que han cristalizado en la sociedad a la que pertenecemos. Somos, en definitiva, habitantes de una entidad histórica que se mira en el cristal del Atlántico. Una comunidad que ha devenido en sujeto político, social y cultural que hoy se reafirma y contribuye al progreso de Canarias.

El destino de los pueblos es una incógnita. No está grabado en piedra en ningún santuario. Podíamos haber sido una anotación casi anónima en el amplio mapa. Pero el viento de la historia y el aliento de quienes han vivido en Gran Canaria hicieron posible que lo que empezó como una anunciación en la superficie del agua se convirtiera en esta realidad en la que se dan la mano identidad y universalidad.

Pero, y permítanme esta pregunta en voz alta, ¿cómo llegamos hasta aquí¿cómo hemos logrado convertir el territorio de lo nunca visto en el inicio de algo nuevo, que brilla con luz propia? Lo hicimos porque quienes nos antecedieron supieron ver que estaban entre la nada aparente y el todo posible; en el lugar idóneo para protagonizar una historia jamás contada. Lo hicimos, en definitiva, porque rechazamos vivir nuestra insularidad como un lastre. Decidimos, por el contrario, que esa insularidad es la vela que recoge todos los vientos, que nos impulsa e identifica en el vasto mar. Creo que, en este caso sí, debemos grabar en piedra esta enseñanza.

Gran Canaria es raíz y cielo. El pie en la orilla y la mirada más allá del arrecife. A pocos metros de donde ahora nos encontramos, un niño soñó con mover el horizonte mientras el viento creaba volutas de oro con la arena, haciendo visible lo invisible. Y de este modo, partiendo de los elementos esenciales de nuestra naturaleza y de su posición de puente entre culturas y continentes, el escultor Martín Chirino, de cuyo nacimiento se cumple un siglo, encarnó genialmente la dualidad canaria entre los orígenes y el constante batir en la costa de un oleaje de ideas y culturas, el salitre identitario que se adhiere a la piel en una espiral sin fin. 

En efecto, el alma marcha de esfera en esfera, buscando horizontes”, afirmó Galdós. Además, la isla, como escribió Eugenio Padorno, consiente la impresión del viaje, reflejada en las nubes que pasan”. No obstante, la sociedad grancanaria jamás ha sido una figura ensimismada al borde del Atlántico. Tampoco ha sido ni aspira a ser una estatua de sal, petrificada en su pasado. Ni ha querido ni se lo han permitido las circunstancias.

Gran Canaria es una gran obra comunitaria en permanente evolución, hija del diálogo, una perspectiva coral sobre un mismo escenario, acto tras acto, siguiendo un texto tan improvisado como visionario, con las aportaciones de diferentes protagonistas que asumen, como dijo Juan Carlos Onetti, que la vida es uno mismo, y uno mismo son los otros”.

La isla es el inesperado cruce de caminos que convierte el sitio de paso en punto de encuentro, aprovechando cada hebra para elaborar un tejido social y cultural inédito que ha crecido luchando contra múltiples circunstancias. Incluso frente a quienes han obrado para arrojar nuestras aspiraciones al fondo del mar. Igual que hoy, nos rebelamos contra cualquier intento de orillarnos y minusvalorar los logros, derechos y ambiciones de una isla que se alza sobre el océano como el resultado de una suma  y nunca de una resta. Esta es la ecuación y el carácter que nos definen. Somos una orilla orgullosa. Y también somos nuestro propio centro.

Esta es la herencia que hemos defendido a lo largo del tiempo. Y desde lo más alto de esa fortaleza hacemos ondear la bandera de nuestros valores y nuestra manera de ser y de estar. Es un gesto más necesario que nunca, cuando por supuesto importan los actos, sí, pero también las palabras. “Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos”, como cantó Gabriel Celaya.

Con esas palabras que nadie puede arrebatarnos, quiero garantizarles que el Cabildo de Gran Canaria sostendrá ese estandarte y no cederá en la defensa a ultranza de avances que creíamos eternos y cuyos cimientos se ven socavados por una oscura marea de intolerancia, mentira y autoritarismo.

Este peligroso mar de fondo remueve las aguas de la convivencia con la falsedad. O con algoritmos que anteponen el enfrentamiento a la empatía y el consenso. Y con los manejos de personas y corporaciones cuyas cuentas de resultados crecen junto a esta pleamar que se nos viene encima.

Nos queda, en efecto, la palabra. Ha de ser, no obstante, una palabra hecha de convicciones y principios, capaz de alzarse, tomar cuerpo y convertirse en realidades, arropada por el deseo y el bien común de la sociedad de la que surge. El Cabildo, fiel a su misión, quiere seguir siendo el instrumento para escuchar la voz de Gran Canaria y transformarla en hechos, progreso, justicia y cohesión social. Es nuestro cometido. Es lo que nos dicta la historia. Y es nuestra obligación con los grancanarios y grancanarias, porque, haciendo nuestra la afirmación de Saramago, somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos”.

El Cabildo ha de ser el faro que muestre la ruta para sortear los arrecifes traicioneros. Y debe hacerlo con palabras y actos firmes como una roca, y no con discursos volátiles que se confundan con la espuma marina y sean arrastrados por los vientos del olvido.

Las instituciones públicas, sobre todo en el actual contexto social y político, no pueden ser una presa de la que se desprenda el aroma del oportunismo, del populismo y de la promesa fácil. Creo firmemente que gran parte del futuro de la democracia depende de la fiabilidad de las instituciones, de la honestidad de sus gestores y gestoras y de  la capacidad de dar respuesta a los problemas reales de la ciudadanía.

Por eso reivindico aquí el papel histórico del Cabildo como herramienta crucial para la mejora de las condiciones de vida de las personas que habitan en esta isla. Y también la vigencia de su papel para aunar voluntades, ofrecer oportunidades y promover la libertad, la educación, la cultura, la innovación, la sostenibilidad y, en definitiva, todos aquellos elementos que hacen de Gran Canaria una muestra de tolerancia, diversidad y desarrollo. Es certeza en la incertidumbre. Y una luz de esperanza permanentemente encendida para disipar las tinieblas que se atisban sobre ese horizonte que un día movimos para abrirnos al mundo y que el mundo entrara en la isla.

Esta institución estuvo siempre en la vanguardia de las grandes decisiones de progreso para la isla en la construcción de las grandes infraestructuras como el puerto, el aeropuerto y las carreteras que unieron nuestros 21 municipios. Lo mismo ocurrió con las presas, con los hospitales, con la Universidad, con las Ferias o con el turismo.

Somos conscientes del rumbo a seguir. Se mueve por el mapa de la isla, arriba a todos sus rincones, del fondo del último barranco hasta las puntas de lava donde empieza o acaba el mar, con proyectos para ganar el futuro palmo a palmo y persona a persona. Pero sus acciones aspiran, además, a mantener el enérgico latido del corazón que siempre ha caracterizado a Gran Canaria. Para no caer en la indolencia o la inacción, precisamente donde encallan los valores democráticos y la solidaridad. Allá donde deja de soplar el aire que nos proyecta, en una falsa calma, haciéndonos correr el riesgo de ser lo que nunca hemos sido: una nave a la deriva.

Frente a ello, lidera políticas que favorecen el avance y la igualdad social en el amplio sentido del término. Con el compromiso de todas y de todos estamos respondiendo a los grandes retos que permiten otear el siglo XXI con optimismo y esperanza. Imaginamos a la isla como una ensenada en la que todas las personas se sientan guarecidas, especialmente las más vulnerables, porque la protección de los grupos que más lo necesitan representa la máxima expresión de las realidades sociales verdaderamente solidarias y avanzadas.

Asimismo,  promueve la educación, la cultura, la divulgación de nuestra historia y la participación ciudadana para construir una masa social crítica, consciente e implicada; y también la memoria, y por eso hemos llegado a lugares donde reinó la oscuridad, con una antorcha democrática, para quemar el olvido que propugnan los lobos que aúllan a escala global y, no lo olvidemos, también a nuestro lado. 

El derrotismo no tiene lugar en la hoja de ruta del Cabildo. Al contrario, el Gobierno de la isla trabaja a diario para una isla más habitable y justa. La tarea abarca el cuidado de nuestros recursos naturales. Somos habitantes de una isla del tesoro, un tesoro singular, porque no permanece oculto bajo la arena de una playa secreta, sino que se muestra abiertamente, del litoral a la cumbre, asombroso y frágil. Justamente este año celebraremos el XX Aniversario de la Declaración de la Reserva de la Biosfera de Gran Canaria, reconocimiento que, más que una medalla, entraña un compromiso y un recordatorio del necesario equilibrio entre la naturaleza y los hombres y mujeres de esta tierra. 

Cuidamos del territorio. Sabemos que como islas el cambio climático nos condiciona especialmente. Y no podemos desvincular estos planes del cuidado de la gente. Defendemos medidas para que la riqueza que genera nuestro territorio sea distribuida de manera responsable y equitativa. Velamos por el agua, por los recursos básicos en el marco de un proyecto de isla autocentrado, basado en nuestra autonomía política y en las soberanías energética, hídrica y alimentaria. De algún modo, volvemos a ir tras los pasos del último acequiero, de la campesina al pie de la finca de papas o de quien levantó un molino que le dio sentido al alisio y sustento a la comunidad. 

Hay señales, que no siempre se dan, de que estamos sintonizando de un modo profundo con la sociedad civil, con entidades públicas y privadas, con las organizaciones no gubernamentales, la universidad y los agentes sociales. Esta conexión se está traduciendo en la generación de oportunidades que benefician al conjunto de la sociedad isleña. Tenemos que seguir aprovechando esta ocasión que se nos brinda y que el Cabildo canaliza sin descanso, porque no siempre se da el tiempo de la confluencia.

Ante el escepticismo moral, nuestra institución ofrece una referencia de cultura de la resiliencia y de la decencia. La función institucional traza un surco que se mueve entre la ilusión y el realismo en estos tiempos revueltos, pero también de creencia y compromiso. No perdamos la fe ni la seguridad en nuestras posibilidades. Siguen ahí, igual que el pinzón azul mantiene su vuelo en los pinares, aunque no lo veamos, como un ensueño azul perfectamente real.

¿Recuerdan la primera vez que aprendieron algo? ¿Quizás viendo a sus padres, a sus madres, al abuelo, a la abuela? ¿Se han fijado bien en los ojos de los niños y niñas cuando aprenden a leer o escribir? ¿O cuando se bañan por primera vez en la playa, suben al Roque Nublo o se adentran en el misterio boscoso de Osorio o en la magia los Tilos? Las sociedades que, como la grancanaria, ansían el progreso y la prosperidad compartida quieren nuevos senderos. Nuevos inicios. Más horizontes en lugar de límites y fronteras. Más cielos en los que volar. Más libertad, más imaginación, más unidad, más generosidad…

Y precisamente por todo eso, necesitamos referentes. Las personas que reciben este año los Honores y Distinciones encarnan el acto creativo de la imaginación humana. Reúnen el talento, el sacrificio y la facultad, desde la razón y la emoción, para alumbrar lo que permanecía oculto o inaccesible. Con su visión, nos han transportado a lugares que de otro modo jamás habríamos alcanzado. Los límites físicos de Gran Canaria siguen siendo los mismos, pero gracias a sus aportaciones, la isla ha llegado a ser infinita en sus posibilidades.

Sus ejemplos profesionales y vitales poseen un valor perpetuo evocando las palabras del poeta Walt Whitman, que exhortó a no abandonar jamás las ansias de hacer de la vida algo extraordinario”. Gracias en nombre de Gran Canaria por su ejemplo, que nos enorgullece y nos inspira. Con ustedes hemos sido un verso ampliado, una sociedad más comprometida, próspera y sabia, una partitura que resuena en el celaje de las Montañas Sagradas, un esférico que pasó de los arenales al sueño del Mundial del Fútbol, arte que se sale del marco, que desborda las salas, ensanchado hasta el universo y las entrañas, la guía hacia una isla mejor plasmada en biografías que resplandecen, aportando la claridad que ansiamos.

Ya es hora de concluir. Y el reloj marca la hora de la verdad, la más poderosa de las luces. Encontramos la verdad en aquellos pasos hacia Montaña de Tauro. La verdad puede ser ocultada, sepultada por el polvo del tiempo o, como ahora sucede, por la manipulación compulsiva e interesada, pero nunca se extingue, según proclamó el historiador Tito Livio. La verdad aflora en el sentimiento común que nos amalgama como pueblo. También en el poder grupal de Gran Canaria para alzar el vuelo y perseguir sus metas, como las criaturas aéreas de Chirino, instantáneas y férreas, el soplo del momento y la voluntad transformadas en algo eterno.

O como la verdad inmensa de Alonso Quesada, que se fue sin irse hace ya un siglo. Es una de esas escasas figuras capaces de condensar un territorio, una isla, el mundo y el tiempo. Incluso tras una vida dura, repleta de umbrías, permitió que un rayo luminoso se abriera paso y encendiera las aguas. Y proclamó que su alma tendía sobre el mar dorado una esperanza de mejores tiempos. Ojalá se cumpla el deseo de Alonso. Ojalá reunamos la sabiduría y la generosidad para cumplirlo. La isla puede contar con el Cabildo en este propósito.

 

                                                                               Antonio Morales Méndez

                                                                Presidente del Cabildo de Gran Canaria

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